El aula como hipertexto JORNADA CONTINUA

                    

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DIARIO DIGITAL DE UN PROFESOR EN JORNADA CONTINUA

  REFLEXIONES IMPERTINENTES Y ESTRAFALARIAS

 

     A modo de introducción 
    Día 1 de septiembre       Paranoia profesional  y jornada escolar
     Día 4 de septiembre     La burbuja, la  garrapata, Gaia  y el comienzo de curso
     Día 17 de septiembre     ¡ Ya están aquí !
    Día 1 de octubre   ¿Y si los procesos educativos fueran  memes?
    Día 8 de octubre    El primer cansancio
     Día 12 de octubre    Sueltos
     Día 19 de octubre   Otra vez sobre el cansancio
     Día 29 de octubre   Consideraciones en torno al tiempo escolar 
     Día 5 de noviembre   Los maestros enferman en las aulas  
     Día 1 de diciembre     He dado una hostia a un niño
     Día 18 de  febrero   Botón y genoma 
     Día 4 de marzo  ¿Agua o emperador?   
     Día 18 de abril  ¿Puedo ser inteligente trabajando como profesor?  
     Día 28 de abril  Jornada continua o jornada partida ¿es ésta la cuestión?
     Día 8 de junio  W. James, J. Dewey, Antonio R. Damasio
     Día - de octubre Tres libros sobre los maestros  Próximamente

  

                                               A MODO DE INTRODUCCIÓN

  Trabajo como profesor de Educación Primaria en un Colegio Público que por tercer año consecutivo tiene jornada continua

   La Consejería de Educación de la Comunidad Autónoma de Madrid - espoleada, entre otras razones,  por la reivindicación de las Asociaciones de Padres de Alcalá de Henares durante el curso pasado a favor de la jornada continua -  estableció los requisitos que habrían de cumplir los Centros Públicos que deseasen acogerse a dicha opción durante el curso actual.  Como es sabido, dos  importantes requisitos son la presencia del profesorado en el Centro al menos dos tardes por semana y la garantía de una puesta en marcha de actividades extraescolares por la tarde.

 El conocimiento del Informe La hora de la escuela (transformado en libro desde mayo de 2001 con el título LA JORNADA ESCOLAR, Ariel Educación) elaborado por  siete profesores de varias universidades españolas dirigidos por el catedrático Mariano Fernández Enguita  supuso para mi una sorpresa. Las cuestiones que se abordan directa o indirectamente en dicho Informe son de notable envergadura y en mi opinión van más allá del simple análisis de la concentración horaria  que, por cierto, el estudio desaconseja claramente.

Y esto me estimuló para crear esta página con objeto de contrastar  dicha concentración horaria con mi experiencia cotidiana como profesor.

  Para la elaboración de la página he adoptado estos criterios provisionales:

 Dejar en suspenso mi posición definitiva sobre la concentración  de jornada en espera de analizar las nuevas posibilidades abiertas tras las condiciones puestas desde la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid para el curso 2000-2001. 

Interpretar este Diario como un divertimento personal entre teórico  y práctico, lúdico, superficial/profundo, irónico, estrafalario e impertinente (el Diario no sería aceptado seguramente por ninguna publicación seria del sector)  y desde luego contradictorio. 

Finalmente, no extrapolar ni generalizar a partir de mis notas - sería torpe e ilegítimo -, pero acogerme también al principio clásico de que no hay ciencia de lo particular, sino de lo general y de lo universal, lo que me permitirá saborear permanentemente los límites de mi libertad y creatividad. 

                                                         

1 de septiembre de 2000

 

              Paranoia profesional y tiempo escolar 

 En el apartado Las transformaciones en el entorno del Informe La hora de la escuela (transformado en libro desde mayo de 2001 con el título LA JORNADA ESCOLAR, Ariel Educación) elaborado por siete profesores pertenecientes a tres universidades españolas se afirma taxativamente lo siguiente: "El grueso de la profesión docente está entrando en una dinámica corporativa en la que reivindicaciones se justifican sin motivo (el subrayado es mío) como mejoras de la enseñanza o necesidades del alumno"Afirmación rotunda donde las haya. No creo que la realidad a la que se refiere una afirmación de tal calibre pueda encuadrarse dentro de los análisis que elaboran  las teorías de la resistencia para dar cuenta de las andanzas del profesorado ante la lógica hegemónica en el sistema  educativo. O tal vez sí, sólo que desde un plano discursivo distinto al que se refieren dichas teorías. (J.Martínez Bonafé, Trabajar en la escuela., Miño y Dávila ed., 1999, págs.106-109; ver Comentarios informales de libros leídos).

Y es que de ser cierta  tal dinámica corporativa  habría de provocar al instante  una honda preocupación y alarma en las autoridades educativas y, en general, en la sociedad en su conjunto. Porque la afirmación  - se mire por donde se mire-  no tiene desperdicio y permite una interpretación entre estrafalaria e impertinente como la que sigue:

Parece obvio que la escuela vive su tercer gran crisis histórica. El alfabeto - siglo V a. de. C-,  la  imprenta - siglo XVI - y ahora la revolución tecnológica - siglos XX-XXI.  Ante esta crisis profunda el grueso de la profesión docente, desde su castigado inconsciente colectivo  mira para otro lado,  pues percibe, siente, intuye  y vive la situación actual como algo cada vez más complicado, adoptando una actitud de huida hacia adelante. Desde esta posición de huida acaba proyectando luego sus  reivindicaciones no suficientemente matizadas,  disfrazándolas subrepticia e inconscientemente como intereses objetivos de los alumnos. 

Muy duro. Porque tal cuadro nos sitúa de pronto ante un caso evidente de  proyección patológica,  un mecanismo de defensa que utiliza el yo cuando lanza a los demás o sobre los demás, - en este caso sobre los padres, los alumnos y la  sociedad, en general -,  las ideas o sentimientos propios que por su naturaleza ansiógena resultan insoportables. Más grave aún: desde esta interpretación, el sistema educativo  aparecería tocado bajo la presión de una lógica paranoide perceptible en zonas amplias del profesorado.

Lo que sugiero es delicado y he de argumentarlo.

  Patrice Ranjard (Les enseignants persécutés,  París Jauze, 1984, desconozco si hay actualmente traducción española) sostenía - digo sostenía porque la situación es tan fluida que los análisis han de ser permanentemente actualizados,  si bien en este caso su diagnóstico, en mi opinión, sigue siendo válido - que, cuando se habla de su trabajo, el profesorado se siente al instante agredido y se coloca a la defensiva, viviendo colectivamente  bajo el estigma de un auténtico sentimiento de persecución. Tal sentimiento,  según Ranjard,  no es una elaboración  fantasiosa carente de argumentos, ya que  el profesorado es perseguido realmente por la evolución de una sociedad que de forma intermitente le plantea o le impone profundos cambios en su complicado trabajo. Aunque la anécdota sea irrelevante, conozco más de un profesor que prefiere no comentar cuál es su profesión durante  el periodo veraniego fuera ya del círculo de su familia y amistades, con objeto de evitar comentarios innecesarios, jocosos unas veces, hirientes otras, que en más de una ocasión ha tenido que soportar.

   Martin Cole (citado por J. María Esteve y otros en Los profesores ante el cambio social, Ed. Anthropos, 1995, pág. 32)  ha argumentado igualmente que la valoración del profesorado como chivo expiatorio y responsable universal de todos los males del sistema educativo es uno de los signos de nuestro tiempo. Basta asomarse, entre varios ejemplos que podrían citarse,  a las tertulias radiofónicas o a determinados artículos de opinión.  Este autor cita el caso de Margaret Thatcher quien ante la televisión británica inculpó sin pestañear a los profesores y al sistema de enseñanza como causa indirecta de los actos vandálicos de los hinchas ingleses de fútbol en el estadio Heysel de Bruselas. 

  Parece, pues,  que nos encontramos ante el síndrome del perseguido que persigue. Un síndrome que impregna por momentos  los comentarios informales de pasillo, del bar de la esquina, de la sala de profesores y de los corrillos de  patio de numerosos centros de enseñanza. Y parece ser cierto. Porque aunque se empeñen las teorías funcionalistas, y vaya si se empeñan,  el homo paedagogicus  ya no existe.  Lo que existe más bien es una permanente confrontación de intereses de sectores en conflicto, en línea con lo que planteaba Habermas (Conocimiento e interés, Tecnos, 1982) Desde esta perspectiva, la consecución de  la jornada continua vendría a constituir  una concesión inevitable que la Administración educativa ha otorgado como mal menor - en el supuesto de que sus gestores hayan valorado exhaustivamente lo que supone esta movida - para aminorar las secuelas de un sistema educativo decididamente perturbado. Y entiéndase el término perturbado  distante de su acepción clínicopsiquiátrica.

Esta interpretación - aparentemente fantasmal, exagerada  o gratuita - parece avalada además por las principales consecuencias que se derivan de lo que se viene denominando desde hace algún tiempo como el endémico malestar docente. Algunas de dichas consecuencias (J. María Esteve y otros, ibidem, pág. 47), constatables por cualquier observador medianamente avisado,  serían las siguientes:

Sentimientos de desconcierto e insatisfacción en el profesorado ante los problemas reales de la práctica de la enseñanza, en abierta contradicción con la imagen ideal de la misma que los profesores querían realizar."Mira, jornada partida o jornada continua da igual; la única diferencia está en  que los tontos serán tontos o todo el día o medio día nada más, según lo mires. Con  la jornada continua, al menos,  sabes que tienes tardes enteras libres y te olvidas con más facilidad de todo este tinglado".

Peticiones de traslado como forma de huir de situaciones conflictivas. "Estás dos años en un cole; si la cosa no te convence y te lo puedes permitir, pides un traslado y a otra cosa. En todos los sitios cuecen habas. Con tal de que no aterrices en un centro demasiado especial, lo vas llevando bien. Cuando te quieras dar cuenta, la jubilación".

Desarrollo de esquemas de inhibición como forma de cortar la implicación con el trabajo que se realiza. "Si da igual que se lo digas 20, 30 ó 40 veces, no te hacen caso; yo ya he dejado de llamarles la atención porque no sirve para nada. Ni jornada continua ni leches; los de 2º de la ES0 no tienen remedio. Aquí quisiera ver a los expertos y a los listos esos del CPR. No tienen ni idea de qué va esta historia".

Deseo manifiesto de abandonar la docencia. "¿Tu te crees que si yo pudiera me quedaba aquí? Lástima de Bonoloto que me tocara; no me veían a mi éstos el pelo ni un segundo más. Que los aguanten sus padres".

Absentismo laboral como mecanismo para cortar la tensión acumulada. "Te lo digo en confianza, cuando veo que ya  no puedo más me pido un par de días de descanso; le dices al médico que estás deprimido - una depresión endógena, no te olvides comentárselo así al galeno, porque es la única que cuela -  y te pillas dos días, que si lo planeas estratégicamente pueden llegar a cuatro ¿me entiendes?".

Agotamiento,estrés, ....

        Abundando en mi línea argumental - y llevo ahora el ascua a mi sardina - en otro momento del Informe se afirma: "...(E)l profesorado (...) comprensiblemente interesado en la concentración horaria (el subrayado es mío: qué delicia de elipsis eso de comprensiblemente interesado  con objeto de  conjurar lo innombrable), se ha prevalido de su posición profesional para imponer, promover o, cuando menos, avalar  su reivindicación por los padres, atribuyéndole unas excelencias que no estaba ni está en condiciones de demostrar y que contradicen lo que sabemos al respecto, que es poco pero es algo más que nada". Para concluir en el mismo párrafo, y refiriéndose a la concesión de la jornada continua,  con algo tan mosqueante como esto: "A la larga y en el fondo, se ha hecho un flaco favor a la profesionalidad docente". O rematar la faena en otro lugar con la siguiente perla: "Cabría vincular la facultad de  pasar a la jornada continua a un mínimo rendimiento individual, para los niños, y una mínima eficiencia organizativa, para los centros".

Es sintomático - y abordo la cuestión desde otro ángulo -  que ante un asunto de tal envergadura las instituciones de formación permanente del profesorado, supuestamente interesadas en los contextos reales de aprendizaje,   no hayan dicho esta boca es mía,  contribuyendo con su silencio a interpretar que esta patata caliente es algo a dilucidar, como mucho, entre la Administración, asociaciones de madres y padres y los sindicatos. ¿Formación descontextualizada, por un lado y jornada continua sin más, por otro? Así no. ¿Acaso el debate sobre la jornada escolar no alberga importantes cuestiones formativas que afectan al desarrollo profesional de los docentes?. ¿Las metodologías, por ejemplo,  han de ser las mismas en una jornada partida que en una jornada continua?, ¿Qué ocurre con los contenidos? ¿Los ritmos y los tiempos  han de permanecer invariables?, ¿Y la organización general del centro? ¿Será necesario aprender de nuevo  a maquillar y simular con tecnicismos u otros malabarismos los procesos reales de las aulas? ¿Quiénes, cómo y cuándo van a investigar y evaluar las cuestiones que se sugieren en el Informe?. 

"Los procesos masivos de paso a la jornada continua en España - se dice en otro lugar - han sido, casi siempre, muy traumáticos, enfrentando a los padres con los profesores; a los padres entre sí o con sus asociaciones y a éstas con sus federaciones; también, aunque en menor medida, a los profesores entre sí; y, a menudo, a todos con la Administración. Estos enfrentamientos han dañado de modo duradero las relaciones dentro de las comunidades escolares, han escindido en algunos casos al movimiento de padres y han favorecido el malestar y el enclaustramiento del profesorado"  Ante este cuadro, ¿es posible que en algunos foros profesionales  se interprete aún la jornada continua  como un  simple reajuste meramente cuantitativo y mecánico de horarios, inducido por condicionamientos sociolaborales y culturales de grupos específicos de población, compensado con una variopinta y escasamente planificada oferta de actividades extraescolares para realizar por la tarde? Afortunadamente, el Informe sobre la Jornada Continua tercia en esta delicada cuestión y en el apartado Recomendaciones (Autonomía en la elección de jornada) se sugieren alternativas - se irá viendo si sirven para algo - que ayudarían a desbloquear buena parte del embolado actual,  con objeto de desvincular la jornada lectiva del alumn@ de la jornada laboral del profesorado y del centro.

En mi opinión - tal como se han venido desarrollando hasta ahora los acontecimientos en la Comunidad de Madrid, en espera también de más datos y cuando voy finalizando mi primera entrega para este Diario digital impertinente y estrafalario -,  la obtención de la jornada continua  se deriva  mayoritariamente y de forma ¿inevitable y lamentable? del crónico malestar docente y de la presión de los padres. La tozuda realidad impone luego racionalizaciones más o menos convincentes para hacer digerible lo que constituye una simple huida socioculturalmente  condicionada ante una crisis seria y profunda del sistema educativo. 

¡ Qué buen paciente sería el profesorado, si encontrara un adecuado e inteligente diván de psicoanalista !  Yo - que disfruto de las ventajas de la jornada continua por tercer año consecutivo sintiéndome por ello profundamente culpable -  tengo ya  mi psicoanalista.  He elegido a Jacques Lacan para diseccionar mi dinámica corporativa  con toque paranoide. Vía medium precisamente. Me lo hago con este señor - no podía ser de otra manera -  por su planteamiento exquisito y alambicado. Con mi master ultramoderno Carta y viaje astral, horóscopo, cálculo de probabilidades y eficientismo profesional expedido  en la New York University, a tono con el feroz irracionalismo  actual, he conseguido actualizar y legitimar de una vez por todas  mi recualificación profesional para cualquier tipo de jornada  que me endilguen. También -  lo digo con rubor - porque sospecho que la saga de los López Ibor, Enrique Rojas, Bernabé Tierno, Luis Rojas Marcos y otros especialistas stars system de la psi  se sentirían desbordados ante mi ansiosa e inagotable capacidad de transferencia.  

¿Se van de rositas en esta caracoleo impertinente los otros sectores implicados en la movida: padres, sindicatos, administración,..., pues el alumnado ni pincha ni corta? ¿No proyectan y racionalizan también?. Vaya que sí. Y con qué sutileza. 

Es sabido que las estructuras organizativas con ramalazos paranoides, - y el mundillo de la educación lo es en dosis abundantes, ramalazos que por fortuna no suelen llegar a mayores -  se tornan extremadamente sutiles y formalmente muy educadas a la vez que refuerzan su lógica interna imbatible. 

A lo mejor abordo esta cuestión otro día, pero ahora ando muy ocupado ultimando  mi puesta a punto postvacacional en el diván ante la nueva temporada que viene interesantísima y muy calentita.  

Y prefiero el término temporada, - la palabra curso a estas alturas va quedando  pasada de rosca, muy del desvencijado siglo XX - porque homologa la actividad de enseñar o educar, según las preferencias de cada cual, con la liga de fútbol, la pasarela Cibeles, la nueva programación televisiva, la cotización en bolsa  o la mismísima actividad parlamentaria. No se me negará que este simple regate lingüístico supone una contribución inestimable a una mejora inmediata y espectacular del sistema educativo.

Mientras tanto, gracias a Lou Marinoff por su Más Platón y menos Prozac, a Oliverio Ponte di Pino por su inteligentísimo, bellísimo y brillantísimo El que no lea este libro es un imbécil  y a Paul Johnson  por su Intelectuales, entre otros. Qué gozada de lecturas veraniegas. Algo es algo.

              Alguna bibliografía complementaria muy personal:

 -Los profesores ante el cambio social. José Manuel Esteve, S. Franco y J. Vera, Ed. Anthropos, 1995. Recomendable.

-Trabajar en la escuela. Profesorado y reformas en el umbral del siglo XXI. Jaume Martínez Bonafé, Editorial Miño y Dávila Editores, 1999. Altamente recomendable.

-La cultura escolar en la sociedad neoliberal. A.I. Pérez Gómez. Ediciones Morata,1998. Todo el libro, en particular,  el punto 3.4. del capítulo  III. Altamente recomendable.

-Desarrollo profesional del docente. Política, investigación y práctica.  A.I. Pérez Gómez, J. Barquín Ruíz y J. F. Angulo Rasco, editores. Akal textos, 1999.  Un vistazo al trabajo Contradicciones y tensiones en la profesionalización docente y en la democratización de las escuelas, Kenneth M. Zeicher de la   Universidad de Wisconsin, primera parte, cap. III.

-Diseñar la coherencia escolar. F. Beltrán Llavador y A. San Martín Alonso. Ed. Morata, 2000. Pese a su tono teórico y  analítico, algo abstracto, se sugieren criterios democráticos para las organizaciones escolares, desde la perspectiva de  un Proyecto de Centro coherente.

-La educación obligatoria: su sentido educativo y social. J. Gimeno Sacristán. Ediciones Morata, 2000. El autor ya nos tiene acostumbrados a quienes le leemos, tanto al carácter incisivo de sus reflexiones, como a cierto barroquismo en su escritura.

                                                           

                                           4 de septiembre de 2000

                       La burbuja, la garrapata, Gaia y el comienzo de curso

Hoy hemos tenido el primer claustro de la temporada.  Un claustro sencillo y sin mayores sobresaltos. El recuerdo vivísimo de  tanta belleza albergada y visitada en los últimos meses me ha  llevado por asociaciones aleatorias entre lo que iba percibiendo durante la sesión y lo que les ocurre a los animales, por  ejemplo, a la garrapata. 

Etólogos, naturalistas  y biólogos  habían advertido hace algún tiempo que todo organismo vivo recorta y selecciona de la multiplicidad de objetos que le rodean un número reducido de señales ante las cuales reacciona luego de forma única y que vienen a constituir su ambiente familiar. Como si cada ser vivo estuviera rodeado de una burbuja que le es propia  y con la que organiza su interacción con el medio.

¿Y qué hace exactamente una garrapata cuando está al acecho en un matorral? Algo curioso. Supongamos que de pronto percibe la cercanía de un mamífero;  ella inmediatamente se coloca en actitud de alerta; salta sobre su presa, se instala sobre su piel y bebe su sangre. Ya está. A eso queda reducida una actividad que repite una y otra vez de forma mecánica.

Si pudiera visionarse a cámara lenta ¿qué se percibiría con detalle? Primero, el olor del ácido butírico segregado por las glándulas dérmicas de todos los mamíferos; un ácido que avisa a la garrapata de la cercanía de un animal. Y este primer estímulo es el que provoca que el ácaro se lance sobre su presa. Seguidamente, a través de su sentido térmico, la garrapata se da cuenta que la presa es un animal de sangre caliente; con la ayuda de su sentido táctil  localiza finalmente algún lugar sin pelo para perforar la piel de su víctima y sin más comienza a chupar. 

La conclusión estrafalaria e impertinente a la que quiero llegar es ésta:  resulta que todo el rico e impresionante entorno circundante de la garrapata  queda contraído, limitado, empobrecido y reducido a una configuración simplona en la que únicamente lucen como faros las tres señales olfativa, térmica y táctil. El resto no existe  jamás para este parásito. Una pena.

Los maestros y las maestras  como organismos vivos no somos una excepción a esta teoría de la burbuja ambiente. Al parecer, el mundo de experiencias que discurren en un aula difiere tan sólo en grados del entorno de un erizo de mar, de una mosca o de la mismísima garrapata.

También se sabe que,  pese al carácter limitante de cada burbuja,  las categorías de la percepción humana no llegan a ser completamente arbitrarias  y buscan corresponderse en cierto modo con lo real.  Más aún: que todo organismo vivo no es un mero espectador del universo,  sino un actor que reacciona y responde a los estímulos procedentes de su medio ambiente.  Eso parece, determinismos o condicionamientos aparte.

  Esta incursión zoológica irreverente  me llevaba a coincidir con  E.O. Wilson: no pueden existir actitudes éticas permanentes y sólidas más que a partir de los condicionamientos zoobiológicos.  Este profesor de la Universidad de Harvard  ya formó un gran revuelo con su libro Sociobiología  en el que e sostenía rotundamente que había llegado la hora de retirar la ética de las manos de los filósofos y biologizarla. De los filósofos, y añado, de los moralistas y de los tutores, entre otros. 

Todo lo anterior me ayuda a comprender lo que he presenciado en estos escasos días de septiembre: cómo la lozanía de los rostros relajados, revitalizados, bellos y profundamente atractivos que percibí  en muchos compañer@s el día 1 tras las vacaciones ha comenzado hoy día 4 a desdibujarse y a perder brillo lenta y, según parece, inexorablemente conforme avanzaba la sesión del claustro y el  resto de la jornada. Como si al traspasar  la puerta de la sala de reunión se hubiera disparado en el cerebro de los que estábamos allí una reacción bioquímica dormida incontrolable  - nuestra burbuja particular - que a partir de ahora ya estará atenta  principalmente a determinadas señales abstrayéndose del resto. 

Y he tomado nota: hoy ha comenzado posiblemente a comprimirse y empequeñecerse  en muchos profesionales de la enseñanza  el  rico horizonte de experiencias para quedar fijado en unos hitos burocráticos petrificados: lectura y aprobación, si procede, del acta de la sesión anterior, criterios para la elaboración de horarios, criterios para la revisión y evaluación del  PEC, PGA,...,  ¿O quizá todo esto es un efecto óptico desvariado de mi particular burbuja en régimen de jornada continua?  No, no lo es, porque no puede ser cierto que un lenguaje institucionalizado, ritualizado, burocratizado,  junto con la tombolización progresiva del anecdotario escolar cotidiano,  vaya impregnando lentamente  los pasillos de las instituciones educativas como si tal lenguaje constituyera la realidad última de los confines del planeta. Ya había sugerido Wittgenstein en otro contexto que los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo. 

Desde la verosímil hipótesis Gaia, el científico James Lovelock (1979) advertía  precisamente que cualquier actuación de un ser vivo en una parte del planeta tiene su repercusión en el resto. El denominado efecto mariposa, desde luego, según el cual millones de bellísimas mariposas batiendo sus alas en Australia crean una succión atmosférica que puede provocar  un huracán en Miami,  acaba impresionando a cualquiera. ¿Puede imaginarse el efecto mariposa que secretarios, ,jefes de estudios, inspectores, ministros del ramo, tutores, padres, directores, coordinadores, sindicalistas, asesores y equipos psicopedagógicos pueden provocar juntos en un aula?  Aunque hoy sabemos igualmente que los árboles, por ejemplo, se avisan a distancia ante la presencia de un animal agresor que les come sus ramas bajas. Y lo que hacen los árboles es justamente emitir productos volátiles que transportados de árbol en árbol modifican la producción de proteínas para ofrecer hojas de un gusto desagradable a su atacante que, mosqueado, acaba por dejarles en paz. Qué cosas ocurren en la naturaleza.

Por todo esto he llegado a mi casa como muy sensibilizado. No deseo que mi ramalazo torpón de garrapata ilustrada achique el  mundo impidiéndome ver más allá de las narices. Ni que el 15 de septiembre a las 9 de la mañana cuando oiga el frus-frus inquieto de la muchachada,  mi sistema nervioso - que a la postre es un sistema de comunicación selectivo - no sea capaz de emitir respuestas más elegantes que las de un insignificante parásito o las de unos árboles astutos.   

"Si las puertas de la percepción quedaran limpias, cada cosa aparecería como es: infinita"  había sentenciado aquel romántico inconformista que fue William Blake.

 Hoy día 4 de septiembre de 2000, con un azul intenso bellísimo en este cielo madrileño de Gaia, el romanticismo intimista de este poeta inglés se me antoja, desde luego, un punto decimonónico. O  tal vez no. Tengo nueve meses - no tan automatizados, determinados y previsibles como los de una garrapata, supongo - para aclararme. 

Sobre todo, tras leer el escrito que la Dirección de Área Territorial ha cursado  a mi centro en el que se afirma entre otras cosas (punto 4) que es conveniente incorporar al desarrollo del Proyecto de Jornada Continua presentado conjuntamente por seis centros de la localidad lo siguiente:  Avanzar en el ajuste de un Proyecto de Mejora ajustado a su Proyecto Educativo generado a partir de un proceso de reflexión de toda la comunidad educativa. Y también (punto 5): Sería conveniente que parte del tiempo que en sesiones de tarde el profesorado permanece en el centro, se dedicara al desarrollo de actividades que sirvan de apoyo y refuerzo a los alumnos, con especial atención a aquellos que presenten dificultades en su ritmo de aprendizaje. Además (puntos 2 y 3 ),  concretar en la PGA medidas que aseguren una mejora en la atención a las familias y a los alumnos más desfavorecidos y otras que favorezcan la flexibilidad organizativa y metodológica para la atención a la diversidad. Todo ello tras haber constituido una comisión operativa (punto 1) - la cursiva es mía -  que asegure el seguimiento y evaluación del Proyecto de Mejora. 

De esta guisa, la Comisión de Valoración de dicho Proyecto tendrá elementos de juicio para decidir al final del curso 2000-2001 la propuesta de renovación o revocación de la jornada continua autorizada. Para desarrollar dicho Proyecto de Mejora el centro puede incluso solicitar el apoyo de los Equipos de Orientación Educativa y Psicopedagógica del sector y el asesoramiento de la Inspección de Educación. 

Finalmente, concluye el escrito,  "se velará porque se arbitren las medidas oportunas a fin de conseguir la necesaria coordinación en las horas de entrada y salida del alumnado, en los centros que cuenten con el servicio de transporte escolar, como por el cumplimiento del horario del profesorado en las sesiones de tarde".

Son cosas que pasan. Ahora se me hacen algo más inteligibles  mis devaneos en torno a la garrapata, la burbuja, la paranoia, el efecto mariposa y otras impertinencias. 

En fin.

                                                                 

                                                    17 de septiembre de 2000

                                    ¡ YA ESTÁN AQUÍ !

El curso comenzó el día 15. Los alumnos de mi tutoría tienen casi todos  8 años y cursan 3º de Educación Primaria. Han llegado más crecidos, guapas, guapos, con camisetas anuncio, algo de sueño y un poco de aturdimiento, con sus ojos brillantes y cargados con la mochila y  paquetones de libros. Afortunadamente,  no han perdido la curiosidad por saber y conocer. Aunque bastantes se limitan a mariposear y echar un vistazo aquí y allá, sin fijarse, hiperactivos e hipertextuales pues son la generación del clic, con chuches en los bolsillos, gorra con la visera hacia atrás  y masticando chicle, ... 

Para tonificar mi musculatura mental he releído con calma un análisis ferozmente crítico con la LOGSE. 

He aquí un fragmento de lo que el profesor Tomás Pollán decía en 1991: (...) (S)e busca explícitamente en la LOGSE que no le interese (al alumnado)  lo que aprende o investiga, en caso de que a alguno se le pudiese ocurrir interesarse por algo concreto. A partir de este presupuesto creo que se entiende perfectamente todo el conjunto de pesada legislación al respecto. Porque si de lo que se trata es de que a nadie le interese en cuanto tal nada de lo que aprende o investiga, es natural que en esas condiciones nazca, como en la tierra más apta para su monstruoso crecimiento, el temible y numerosísimo batallón estatal de pedagogos y psicólogos, cuyo objetivo es conseguir que los estudiantes se interesen  por razones extrínsecas por lo que en sí mismo no les interesa. Por eso, como el contenido mismo no interesa, la tarea del pedagogo-psicólogo es motivar o - por utilizar otra expresión horrorosa - incentivar para que el joven compita con sus compañeros en el aprendizaje de lo que no le importa pero que el Estado le obliga a conocer si quiere ser un empleado útil.

Y continuaba con la misma contundencia el profesor Tomás Pollán: En perfecta coherencia con este planteamiento se presenta en un lugar privilegiado, la figura del profesor tutor, en la que el profesor deja de ser tendencialmente el maestro que provoca la pasión y la curiosidad por las cosas y por las técnicas y enseña a usarlas con rigor, para ser degradado a la condición de una especie de padre espiritual, bajo la forma de ángel de la guarda-comisario, encargado de fiscalizar la vida entera del joven y de su entorno, ahogándolo por asfixia. Me parece que ésta es la música de fondo que acompaña a la LOGSE; una música como se ve profundamente eclesiástica" (Tomás Pollán, Aprender para nada, Revista Archipiélago,  nº 6, 1991).  

Impresiona un poco releer estas cosas. En mi opinión, desde luego, la función tutorial va degradándose paulatinamente desde la práctica cotidiana del aula, al margen de la tipificación que de sus funciones se realiza en los Reglamentos Orgánicos.  El ritmo imparable de la jornada continua acaba imprimiendo  a la figura del tutor el perfil de un simple gestor administrativo de protocolos escolares inaplazables que le roban su escaso tiempo disponible: registro de ausencias, rellenar boletines de notas, reuniones exclusivamente informativas con los padres - fechas de excursiones, fechas de comienzo de la utilización de los libros, relación de lista de material, ...-, cumplimentar protocolarios  Informes Individualizados de Evaluación, reuniones de ciclo y de nivel idénticas a sí mismas para acordar si solicitamos a la editorial el nuevo material complementario que se vende en las grandes superficies con un 25% de descuento o si el cuaderno de matemáticas queda mejor con o sin espiral, rellenar los Libros de Escolaridad,... Otro tanto ocurre también en la jornada partida. O sea, un cúmulo de actividades que en su mayoría bien podría realizar con soltura  un auxiliar administrativo con tan sólo 16 años de edad.

El quijotismo parece inevitable, como intentar enseñar  algo real en una cultura en la que todo es ya simulacro o pretender  despertar  alguna pasión por el conocimiento en un tiempo en el que el entusiasmo por el saber no están bien vistos y constituyen con frecuencia un obstáculo incluso para las relaciones sociales convencionales.

Cuidaré, sin embargo, las formas para que los aprendizajes de mis alumnos puedan ser descritos por un experto - confío que lo que escribo a continuación me salga de un tirón - como significativos, funcionales, transferibles, activos, formativos, personalizados, críticos, ciberespaciales y - ya puestos -  simultáneamente útiles y transcendentales,  mientras mascando chicle ante el televisor y con la visera de la gorra hacia atrás asisto somnoliento a la alucinación colectiva,  ahora  con las hazañas de El Bus, Supervivientes y otras estupideces de amplio calado sociológico, que diría un eficaz funcionario de la cultura. (Efectivamente,  me salió de un tirón).

Entre tanto, a tutorizar no se sabe bien qué,  cuando el desvalimiento que históricamente estuvo en el origen del término tutor  afecta más al propio profesorado - vigilado ahora por la mirada  panóptica del Gran Hermano que todo lo cuida, lo tutoriza y lo ve - que a la novísima generación del clic.

                                       

                                        1 de octubre

                               ¿Y SI LOS PROCESOS EDUCATIVOS FUERAN MEMES?

Eso. ¿Qué pasaría?

Tal pregunta estrafalaria se me ocurrió tras una reunión con los padres de mi tutoría en la que,  ante la lentitud de los aprendizajes escolares de algunos de sus vástagos, escuché a algunas mamás unas demandas claras, contundentes y exigentes. ("Usted, si tiene que darle, déle, que yo no le denunciaré por eso; demasiado consentidos están los niños de ahora,...; pues vaya plan que tenemos").  

Richard Dawkins es un profesor de etología de la Universidad de Oxford. En 1994 se publicó en nuestro país su conocido libro El gen egoísta (Salvat, Barcelona) y en él Dawkins introducía un concepto que se ha hecho famoso: el concepto meme.

¿Y qué es un meme? Para Dawkins sería una unidad de transmisión cultural, del mismo modo que un gen lo es de transmisión genética. Memes podrían ser canciones, ideas, modas, consignas, etc., que se transmiten culturalmente y se replican en los cerebros de los transmisores, como los genes lo hacen en los organismos, más allá de las interpretaciones sociopsicológicas al uso.

Una característica de los memes precisamente es que pueden crear réplicas de ellos mismos mediante la imitación, y del mismo modo que los genes no siempre tienen éxito en esta operación, también no todos los memes se replican con el mismo éxito. Y esto ocurre, según Dawkins, porque  la transmisión cultural es análoga a la transmisión genética, hasta el punto de que cuando morimos dejamos en esta tierra dos cosas: los genes y los memes, los hayamos currado como los hayamos currado. Las bibliotecas y las enciclopedias, por ejemplo, potenciadas ahora con los avances introducidos por las nuevas tecnologías se encargarían de perpetuar los memes en la posteridad, de tal suerte que desde el momento de nacer se podrían poseer ya conocimientos que en otro tiempo sólo se conseguían con grandes dificultades y escasos medios.

¿Qué quiere decir todo esto?

¿Que las antañonas teorías de la reproducción cultural (Bourdieu, Passeron, ...) recobran ahora otra marcha más incisiva e interesante? 

¿Acaso habrá que revisar y actualizar permanentemente las tesis de Lawton, Skilbeck, Hirst, Peters, Banks, Whitty,... en torno a los problemas de la selección cultural de los currícula, más allá del planteamiento coyuntural y reduccionista en torno al debate, por ejemplo,  del Plan de Humanidades?

La verosimilitud de los memes ¿prestigia y resitúa en lugares preferentes la investigación-acción, la etnografía escolar, la sociobiología y la antropología?

¿Es indispensable que en los programas de formación del profesorado la sociobiología, la etología, la antropología, la etnografía y la neurociencia  tengan un peso importante del que actualmente carecen? 

¿Cómo argumentar ante las mamás que exigen mano dura de una forma distinta  de la manida, inútil y defensiva perorata moralizante, sobre todo si es cierto - y parece que lo es de momento - lo que el sociobiólogo de la Universidad  de Harvard  Edward O.Wilson (1998) sostiene,  a saber:  que el repertorio social humano evoluciona ahora por la vía  de la transmisión genética convencional,  alterada por la selección natural darwiniana, y por la vía de la transmisión cultural, que es lamarckiana - Lamarck postulaba la herencia de las características adquiridas - y que por cierto actúa con mayor rapidez?. 

Un penetrante dicho italiano resume esta paradójica situación con una contundencia pícara admirable: uno tiende a enseñar y educar tal como le enseñaron. Punto. ¿Es por esta razón por la que después de tantos cursos realizados e impartidos sobre constructivismo, por ejemplo, me sale a veces un batido metodológico indigerible de peor asimilación que el ofrecido sin remilgos por alguno de mis viejos y sencillos profesores? ¿Estarán tal vez mis memes sobreinformados, sobreactuados, bloqueados?

¿Y se puede relacionar todo esto con la jornada continua?  Porque el hecho incontestable es que mañana me toca vigilar el patio, apoyar en las aulas de Educación Infantil, asistir a una reunión de la comisión operativa para el seguimiento de la jornada continua y del Proyecto de Mejora, decidir en una rápida sesión de ciclo si les ponemos a los chicos deberes para casa o nos vamos al campo a contemplar las hojas del siempre misterioso otoño y enseñar en 3º A del 1.000 al 2.000, la diferencia entre la exclamación y la interrogación y por qué a las vacunas se les llaman vacunas. Sin perder la compostura, faltaría más. 

Sé que, como ocurre en los bucles cibernéticos, existe una relación intensa entre estas cuestiones y el calendario escolar, vaya que sí, pero hoy no tengo un día lúcido y brillante para desarrollarlo. 

Los memes en mi cerebro y en los cerebros de una abrumadora mayoría de los miembros de esta sociedad - particularmente de los expertos y especialistas en educación - tantean todavía dubitativos sus posibilidades de replicación. 

No se pierdan el espectáculo.

                                                                     

                                                        8 de octubre

                                                 EL PRIMER CANSANCIO

El viernes día 6 terminé la jornada escolar hecho polvo, agotado. Las cinco horas imparables de jornada continua  desde las 9 hasta las 14 horas fueron muy contradictorias. 

¿Cuál es el origen de tal agotamiento? Causas estrictamente psicofísicas aparte,  el cansancio tuvo mucho que ver con mis percepciones durante las cinco horas de trabajo.

Parto de este supuesto: toda creencia y toda teoría se autoalimentan constantemente.  Mis creencias sobre mi trabajo, conscientes o no, y mis teorías psicopedagógicas, elaboradas o no, - salvo que las cuestione a fondo, empeño, por otro lado, difícil -, salen reforzadas día a día que estoy en el cole. 

En las ciencias sociales es un hecho comprobado que si un experimentador tiene una hipótesis respecto a lo que espera encontrar, obtendrá resultados que concuerden con su hipótesis. El conocido efecto Rosenthal. De esta guisa, si el contexto sociocultural de mi cole es medio-bajo como se afirma estereotipadamente en los documentos administrativos, tenderé a encontrar padres y alumnos de tal condición, dando por supuesto que mi caché profesional - asunto discutible -  no cae dentro de tal catalogación.

También habló de esto Feyerabend cuando demostraba que cada teoría produce su propia base empírica, pues los hechos no serían observables sin una teoría que los enmarque.

Adelbert Ames a su vez ha evidenciado con sus experimentos que incluso en el campo sensible de la visión, prevalece el concepto, es decir, no creemos lo que vemos sino que vemos lo que creemos, pues las percepciones y las creencias tienden a reforzarse mutuamente. Si creo que algo es verdad, la percepción lo refuerza de modo selectivo. Unos ojos son ojos no porque te miran, sino porque te ven, apuntaba desde otro ángulo el entrañable Antonio Machado.

El efecto Pigmalión viene a abundar igualmente en lo mismo: si pienso que un niño es excepcionalmente brillante, tiendo a observar precisamente aquellas conductas que refuerzan esa creencia, hasta el punto de que el rendimiento del mismo alumno tiende a mejorar. Es el poder tremendo que tienen las creencias como profecías autocumplidas. 

Qué bien se ve teniendo el ojo lleno de lo que se mira, ha escrito  lúcidamente Eduardo Chillida. Y vaya si se nota la intensidad de su mirada en su escultura.

Incluso desde el mundo de la física, desde que en 1929 Heisenberg  planteara el principio de indeterminación o de incertidumbre,  se nos viene recordando que el observador modifica lo observado en el mismo momento de la observación. 

Pues ni por ésas. Me desazona que los modernos manuales de pedagogía y didáctica no acierten a extraer las posibilidades que provienen de otros saberes. Qué pobreza teórica más impresionante manifiestan. No soporto ni su lectura ni su enfoque, salvo que tenga que hacerlo por razones profesionales. ¿Cómo se puede afirmar pomposamente en la actual legislación, por ejemplo,  que la evaluación se realizará  a través de la observación sistemática, cuando poca gente sabe observar - mucho menos enseñar a observar -, denominándose alegremente observación a lo que es una tosca proyección de los propios gaps, de las propias fisuras y de los propios condicionamientos culturales,  vehiculados a través de una  mirada y una percepción altamente colonizadas?. No resulta extraño que uno de los efectos grotescos de esta situación sea, entre otros,  identificar permanentemente los instrumentos para la evaluación con la mismísima evaluación. Pero sobre tales minucias  volveré en otra ocasión.

Lo que me importa subrayar hoy es que el ritmo trepidante que la jornada continua introduce en un cole- lo que en el Informe La Hora de la Escuela se denomina la escuela-fábrica - provoca que la mirada profesional autónoma deslice lentamente su enfoque hacia una mirada institucional sociológicamente correcta. Y eso sin duda cansa, provoca irritación, bloquea la frescura y fomenta la desgana, antesala discreta y anónima de muchos episodios depresivos profesionales.

Aquí creo encontrar hoy el origen de este primer síntoma de cansancio otoñal: el acondicionamiento sutil de mi mirada  ante unas  inercias estructurales invasivas. Ahora que en la segunda semana de octubre la maquinaria escolar comienza a remontar el vuelo, me importa mucho recuperar la capacidad de iniciativa, pues sólo desde este espacio será  posible la creatividad para aguantar el tirón. 

¿O acaso la autonomía del profesorado - ver el extraordinario libro de José Contreras Domingo al respecto (Ed. Morata, 1997) - es algo que sólo se hace inteligible e interpretable desde una perspectiva institucionalmente correcta?

William Blake lo dejó apuntado con rotundidad cuando comenzó a crear a partir de 1789 su compleja mitología y sus propios personajes simbólicos: "o creo mi propio sistema o quedaré esclavizado por los de otros".  

Pues eso.

                                                                                                                              

                                            Día 12 de octubre

                                                                   SUELTOS

Poema zen: Cuando dos maestros zen se encuentran en un camino, no necesitan ser presentados: los ladrones se reconocen a primera vista.

Cuando dos expertos en educación  se encuentran en un camino, ¿qué es exactamente lo que ocurre?

   Un especialista en educación es el que sabe todo de nada.

      Un buen generalista es el que sabe nada de todo. 

  "Una verdad superficial es un enunciado cuyo opuesto es falso; una verdad profunda es un enunciado cuyo opuesto es otra verdad profunda". (Niels Bohr)

   Verdad superficial: "Hay que educar en valores". Su opuesta: "No se puede educar en lo que cada cual ha de descubrir por sí mismo".

   Verdad profunda: "Puesto que el mundo no va a ninguna parte, no hay prisa" (Alan Watts). Su opuesta: "Fíate de la Virgen y no corras" (Proverbio español).

   Verdad profunda: "No sé de nada que no sea un milagro" (Walt Whitman). Su opuesta: "Todo está dejá vu sin lugar para la sorpresa".

   Chiste superficial: 

Un gay le dice a otro:

- He encontrado una página web cuyo dominio es www.mari.com

- ¿Por qué no dejarlo en maricón simplemente?, responde el otro.

  Chiste profundo

Un niño entra en la habitación de sus padres y les pilla haciendo el 69.

- Jopé, les espeta, ¿y queríais llevarme al psicólogo porque me comía las uñas?.

                                           

                                Día 19 de octubre

                       OTRA VEZ SOBRE EL CANSANCIO

No estoy enfermo, estresado, desganado, desanimado.  Sencillamente: me canso enseñando. O educando. Da igual, que no es ahora el momento de los matices.

He llegado a casa, me he tumbado, he cerrado los ojos y en unos minutos he conseguido recuperarme bastante. Relajado, reflexiono sobre mi trabajo y me surgen estas ideas:

Resulta que toda la actividad que despliego en el aula descansa principalmente en el lenguaje verbal. Y resulta también que este lenguaje verbal a poco que me descuide - y desde luego me descuido - se desconecta  de mi experiencia psicocorporal: "A ver chicos y chicas,  qué es el minuendo y el sustraendo, cuáles son las partes más importantes del ojo, qué son las palabras sinónimas,..." . Como si  tal lenguaje fuera un pasadizo de espejos reflectantes  adornado con palabras que hablan de otras palabras y que habitan en su propio mundo. 

Al contrario de la opinión mayoritariamente dominante en las instituciones educativas,  yo creo que lo verbal  no es la principal herramienta necesaria para estar en un aula, incluso  tal vez sea la parte más vulnerable y empobrecida. Y me doy cuenta de que acabo de escribir algo gordo. Espero argumentarlo.

En primer lugar, está la riqueza impresionante de mi sistema neuronal: diez mil millones de neuronas en mi cerebro cargadas de información permanente. Fantástico. Le siguen  algo más empobrecidos y reducidos, pero también espectaculares, entre 100 y 200 millones de receptores sensitivos repartidos entre mis ojos, oídos, piel, nariz,...para acabar en el mejor de los casos con tan sólo unos cuantos miles de palabras que utilizo para plasmar mi interpretación y mi relación con el mundo.    ¡Unos cuantos miles de palabras nada más !. Poca cosa que no justifica tanta verbosidad alborotada sobre qué sea la educación.

El algoritmo significante/significado, por otro lado,  equivale desde la propuesta de Lacan a un desajuste esencial que ayuda a explicar y entender una curiosísima pauta cultural universal  de la especie humana, esto es: hablar, sin saber lo que se dice, pero hablar, porque hay una urgencia genéticocultural imperiosa para hacerlo. Qué se le va  a hacer.

Lo anterior me suministra una pista para abordar mi cansancio profesional desde una perspectiva distinta. Desde luego, si mi energía se concentra en dicha pauta filogenética,  el cansancio crónico injustificado me acompañará el resto de mis días.

¿Se puede  atemperar algo esta situación potencialmente perniciosa? Sí. En primer lugar, hablando menos - hablar menos que nada tiene que ver con los estereotipos asociados al hecho de hablar poco (misoginia, inhibición, timidez, soledad, ausencia de habilidades sociales,...). En segundo lugar, reaprender a mirar realmente lo que ocurre en mi entorno estando atento a los múltiples estímulos  que, más allá de las palabras,  me zarandean  nada más entrar en el aula. Pero - sobre todo, y más difícil -,  intentar la imposible coincidencia entre lo que digo y la vida real que discurre por doquier. ¿No sería más práctico recurrir a lo que tópicamente funciona?  ¿Por ejemplo, apuntarme en un CPR a un curso de foniatría avanzada?  Rotundamente no. Porque creo que mi trabajo es tan exquisitamente sutil que no admite parches funcionales  que tan sólo consiguen desplazar las raíces de los problemas. 

Al menos - y  sé que es pedir mucho -,  podría  comenzarse a hablar de estas cosas en los informes técnicos sobre educación, en vez de la inutilidad de la mayoría de los enfoques dominantes. Podría debatirse la jornada escolar continua partiendo del supuesto irrebatible de  que dicha jornada consiste sustancialmente  en imprimir un ritmo distinto a los mágicos e irreversibles instantes, mucho más que una cuestión ramplonamente técnica para cuadrar horarios  y ajustar espacios.  Pero, ¿es inteligente hablar de mágicos e irreversibles instantes en el mundillo de la educación sin adoptar poses  estúpidamente poéticas?.

Tenía razón John Lennon cuando afirmaba que la vida es eso que sucede cuando uno está ocupado en otra cosa.  

Lo que me lleva a concluir sorprendido y perplejo que la enseñanza/educación  pueden consistir también en algo que sucede cuando estoy ocupado en otros menesteres, por ejemplo, en mi verborrea sobre el minuendo y el sustraendo, las partes más importantes del ojo o las palabras sinónimas. 

Quién me lo iba a decir.

No sé por qué he recordado ahora las críticas irónicas que el profesor de retórica Luciano de Samosata (siglo II d. C.) lanzó sobre las artes verbales de la educación helenística  en su obra El maestro de retórica  y las ideas que Sexto Empírico (también s. II d.C.) expone en sus seis volúmenes Contra los profesores, en los que este médico griego que viajó mucho por todo el mundo expresa su desencanto ante las verbalistas y poco fiables construcciones teóricas del profesorado helénico en relación con la enseñanza y el aprendizaje. (Ambas obras pueden encontrarse en la Editorial Gredos).

Pero sobre esto a lo mejor vuelvo otro día.

                                                                          

                                                                   Día 29 de octubre

                     CONSIDERACIONES EN TORNO AL TIEMPO ESCOLAR

 

 En 1920 Hans Reichenbach, miembro del denominado Círculo de Viena,  publicaba un libro titulado La teoría de la relatividad y el conocimiento a priori. En dicho libro planteaba los aspectos filosóficos de las teorías relativistas de Einstein. Y en 1932 escribiría lo que sigue  en relación con su libro: "(...)La teoría de la relatividad me impresionó inmensamente y me llevó a un conflicto con la filosofía de Kant. La crítica de Einstein al problema del espacio-tiempo me hizo darme cuenta de que el concepto de a priori de Kant no se puede mantener". (Citado por José Manuel Sánchez Ron, El Siglo de la Ciencia, Editorial Taurus, 2000, pág. 64). 

Lo que precede me lleva a subrayar una obviedad: no hay en el cuerpo humano ningún órgano que perciba el tiempo, por lo que, en rigor, no hay tampoco intuición pura  del mismo, como no existe el tiempo en las ecuaciones fundamentales de la física cuántica,  ni tampoco existe el espacio, como consiguieron demostrar Lobatchevski, Bolyai y Rieman al proponer las geometrías no euclidianas. 

Y esto lo viven y saben muy bien los meditadores/observadores serios, sean budistas, cristianos, neomarxistas, ateos o lo que fuere, a los que no habría que mezclar o confundir con la quincallería estúpida de lo que comercialmente se denomina New Age. 

Es sabido, por otro lado, que cuando alguien se sumerge en un trabajo que le gusta, la ansiedad que genera el tiempo cronológico desaparece. Obsérvese si no a los niños y a las niñas. No tienen conciencia alguna del paso de las horas. Pero obsérvese también una situación completamente diferente: al profesorado cuando desgasta su energía en culturizar  sobre las excelencias de la secuencia espaciotemporal - un concepto cultural clave, según se afirma, aunque pocas veces se clarifique en qué sentido -, resultando ser tan sólo una importante convención cultural - por lo mismo, revisable y actualizable - y un parámetro matemático que  responde a la concepción del tiempo de Newton. 

Creo interesante traer a colación lo que ocurre en la lengua de los indios hopi. La lengua de estos indios no contiene palabras para referirse al tiempo lineal,  es decir, sus verbos no tienen tiempos referidos al presente, pasado o futuro. Por eso viven su vida y su cultura en una especie de presente continuado que abarca todo cuanto haya sucedido alguna vez. Una maravillosa sabiduría milenaria. Y también algo sorprendente y curioso: justamente  de esta guisa es como los occidentales llegamos a vivenciar el tiempo  cuando relajados, centrados y aliviados de la obsesión enfermiza por el paso de los días - bastaría leer a nuestros mejores poetas -  conectamos con nuestro olvidado y maltrecho hemisferio derecho (Ver ¿Estamos informados realmente? en este site).

Jaume Martínez Bonafé ha ofrecido un excelente resumen del estado de la cuestión en relación con el tiempo escolar (Jaume Martínez Bonafé, Trabajar en la escuela. Profesorado y reformas en el umbral del siglo XXI, Miño y Dávila Edit., 1999, págs. 91-95).  

A mi juicio, sin embargo, procedería ahondar más en el análisis de este tiempo escolar aún tan newtoniano,  más allá de las oportunísimas observaciones de Hargreaves, Fullan y el propio Martínez Bonafé  en torno al tiempo monocrónico y policrónico,  las dimensiones técnicoracional,  micropolítica,  fenomenológica, física y sociopolítica para analizar dicho tiempo o de las observaciones que se realizan en el Informe La hora de la escuela (Ver Informe, págs. 5-15; también Trabajar en la escuela. Profesorado y reformas en el umbral del siglo XXI, ibídem). 

Y creo que cabría ahondar más por la siguiente razón:

Salvo Ilya Prigogine (El fin de las certidumbres, Editorial Taurus, 1997, páginas 185-211), son bastantes los que consideran en la actualidad que la denominada irreversibilidad termodinámica del tiempo, la conocida flecha del tiempo, es sólo un efecto secundario del Big Bang; es decir, el tiempo no precedió al universo como sostiene el Premio Nobel Ilya Prigogine, sino que sería una especie de emergencia macroscópica, ya que los fenómenos continuarían siendo teóricamente reversibles a nivel microscópico.  No hay lugar para el pesimismo sobre la condición humana en dicha concepción del tiempo como argumenta Prigogine frente a Einstein.(Ilya Prigogine, obra citada, capítulo IX).  Muy al contrario, en mi opinión. Si así parece que podrían ser las cosas, se abre al pronto un impresionante escenario que modifica sustancialmente la percepción de lo que hasta ahora denominábamos tiempo surgiendo posibilidades insospechadas para la creatividad y la exploración desde el aquí y ahora.

¿Y dónde quiero llegar con este abstracto devaneo tan alejado de la realidad cotidiana convencional dominante, en la que se sobrevive prisionero del tiempo cronológico? A lo siguiente:

En primer lugar, para subrayar que el grado de alienación y de capacidad patologizante de la vivencia del tiempo escolar en las instituciones educativas actuales es mucho más grave que lo que sugieren  Hargreaves, Fullan, Martínez Bonafé y el propio Informe en sus análisis. Así,  mientras el alumnado hasta los 8 años desconoce cerebralmente, en general, las urgencias espaciotemporales del modelo newtoniano vigente en las escuelas, el profesorado se ve impelido a una planificación de su trabajo no ajustada a dicha realidad (unidades didácticas quincenales, evaluaciones trimestrales, cursos de nueve meses,...),  emulando al modelo productivista de la fábrica como sugiere el Informe La hora de la escuela, para acabar desconectado de aquello para lo que estaba diseñado todo el tinglado.

En segundo lugar, porque de acuerdo con lo que se sabe actualmente sobre el tiempo, podría resultar más útil comenzar a hablar en educación de tiempo creativo y tiempo degenerativo, frente a las tipificaciones obsoletas dominantes. Entendiendo por tiempo creativo aquel tiempo que no se evade del presente, por utilizar un término convenido, un presente que surge y se nutre del eterno ahora del que hablaba Schrödinger, que es justamente donde viven los niñ@s más pequeños, siendo el tiempo degenerativo, por el contrario,  un tiempo del que se afirma una y otra vez que transcurre sin que tal cosa parezca cierta,  un tiempo que se aliena entre los parámetros matemáticos newtonianos excesivamente convencionales, el tiempo degenerativo de la cronología elevada a la categoría de esencia, de los calendarios escolares, de los programas mecánicamente temporalizados, de los proyectos neuróticos a plazo fijo, de la supuesta irreversilidad imperturbable. Ciertamente, el tiempo escolar  en realidad no transcurre, no circula, no existe y el presente, lo que para entendernos denominamos presente, es que ni se mueve. ¿Por qué, por ejemplo, nos vence si no la añoranza de la infancia cuando llegamos a adultos? Fascinante.

¿Dónde iría a parar, según esto, la verbosidad obtusa y rancia sobre las programaciones de aula que domina aún el mundo de la educación, la división del año escolar por trimestres, por el número de controles, la discusión de patio de vecindad  sobre la semana blanca, por el tipo de jornada partida o continua,  etc?. Sencillamente,  al cubo de lo relativo, de lo convencional, de lo funcional, de lo prescindible, incluso de lo obsoleto. (Ver Planificación interactiva en este site).  

Creo que una causa importante que explica por qué en nuestros días la profesión de enseñar/educar resulta  agotadora y, en cierto sentido, insoportable radica exactamente aquí, en esta sutil visión esclavista del tiempo, en la escisión cuasiesquizoide  que supone estar pendiente del reloj para salir al recreo, cambiar de clase a la hora justa, agotar las unidades didácticas previstas para cada trimestre, asistir a reuniones con un orden del día  entontecido y con un tiempo cronometrado,  en vez de centrar la atención y la energía en los aprendizajes reales que ocurren permanente y relajadamente en cada instante mágico, a pesar de o a causa deaquí y ahora, se sea consciente o no de tales aprendizajes y aunque en la periferia todo sea ruido y desorden o un silencio impuesto y sospechoso. 

El viernes 27 de octubre hube de interrumpir a las 11 de la mañana una  sesión interesante con niños y niñas de 4 años para ir rápidamente a otro pabellón  a la clase de 3º A de Educación Primaria y realizar allí  un experimento con botellas en el que nos preguntábamos por qué pasaba con las botellas lo que pasaba; una sesión preciosa que hubo de finalizar también en su mejor momento al sonar la sirena que avisaba del comienzo del recreo que, a su vez, me tocó vigilar - vigilante, profesor, educador, ¿más roles contradictorios?... - , para incorporarme seguidamente a otra sesión con una asignatura distinta.   ¡A esto es a lo que denominamos actualmente el cumplimiento escrupuloso del horario oficial  en cualquier funcionario eficaz que se precie!. Vaya tela.

Escribe Jaume Martínez Bonafé: "(...) (E)l profesorado de la escuela primaria debe poseer una gran habilidad para desarrollar en el aula estrategias de enseñanza diferentes en una misma unidad de tiempo, atendiendo a la diversidad, la inmediatez, los intereses y el momento específico de interrelaciones personales. El tiempo de trabajo fuera del aula y en relación con otros colegas muestra igualmente la práctica habitual de realizar varias acciones a la vez. El interés no estriba en completar un horario administrativo, sino en completar las transacciones según las necesidades, las circunstancias  y la sensibilidad hacia el propio trabajo y las demandas del contexto específico"  (obra citada, pág. 93). ¿Cómo abordar semejante complejidad? ¿Quién estando en sus cabales no se rebelaría ante tal puzzle  inmanejable con tal de no acabar mirando compulsiva y defensivamente el reloj esperando encontrar allí algún alivio a  una presión psicológica estructural que por momentos se vuelve intensa y agobiante?. "Menos mal que hoy es viernes",  suspiró aliviado al cruzarnos en el pasillo un colega que decía estar ya  agotado.

Por suerte, el Informe La hora de la Escuela elaborado por  siete profesores pertenecientes a tres universidades españolas plantea  alternativas que harían más digerible la situación actual,  si bien no se aborda una actualización imprescindible sobre qué entender por tiempo escolar  a las puertas del siglo XXI como, en mi opinión, hubiera sido oportuno, deseable, estimulante  y clarificador.

"La jornada no debe decidirse por ningún mecanismo colectivo - se afirma en uno de los párrafos -, pues, en este terreno, todos ellos frustran numerosas preferencias y generan procesos lentos y conflictivos. Los padres deberían elegir, ante las comisiones locales de escolarización, centro y jornada, al mismo tiempo, al comienzo de cada ciclo, priorizando sus combinaciones para el caso de no obtener la primera, y después de recibir un asesoramiento adecuado, por parte de los Equipos de Orientación o similar. Donde quiera que hubiese un número de opciones coincidentes se formaría el grupo correspondiente, por criterios racionales de prelación, tantas veces como fuera posible, y las solicitudes restantes pasarían a encuadrarse en su segunda opción, etc. Aunque en diversos casos podrían quedar restos de elecciones imposibles de satisfacer, serían pocas, menos aún donde hay caída demográfica, y siempre muchas menos que en cualquier sistema imaginable de decisión colectiva.  Un mismo centro podría tener distintos grupos con distintas jornadas, lo cual plantearía la necesidad de reorganizar la coordinación, pero permitiría un mejor uso de ciertos tiempos, espacios y recursos (v.g. accesos, recreos, comedores,...). (El subrayado es mío).

Esto significa - prosigue el Informe - que el profesorado quedaría enteramente al margen del proceso, pero que también se vería libre de ese caramelo envenenado que han sido los referendos. Es obvio que aquí se parte de que la concentración horaria puede ser una facultad del alumno (de su familia), pero en ningún caso una facultad ni un derecho del profesor.

La concentración del horario significa intensificación, prisas, una escuela-fábrica en la que no cabe perder ni un minuto...o, en contra de lo prometido, menos horas reales de actividad escolar, como está sucediendo informalmente por doquier, ya que los alumnos precisan pequeños descansos programados o no. Dondequiera que se implante la jornada continua,  debería aumentar el tiempo total de descanso y distribuirse más homogéneamente a lo largo de la mañana: más descansos y más cortos. Si se pasara a tener cuarenta minutos de descanso (por ejemplo, 10-20-10), o cincuenta (15-20-15, o 10-30-10), el total de horas perdido podría recuperarse añadiendo siete días más al comienzo o final de curso, en el primer caso, y catorce en el segundo, lo cual todavía dejaría buena parte de junio y septiembre sin clases".

A mi juicio, aunque las opciones que se plantean en el Informe enfatizan en exceso los aspectos cuantitativistas, productivistas y utilitaristas del tiempo escolar, introducen, sin embargo, sugerencias novedosas con  suficiente carga de flexibilidad que ayudarían a desbloquear el rígido corsé actual.

En una famosa carta de pésame a la hermana de su amigo Besso muerto, Einstein escribió: "Para nosotros, físicos convencidos, la distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión".   

Podría ocurrir también que  desde la óptica de un tiempo creativo  frente a un tiempo degenerativo, la distinción entre tiempo de trabajo y tiempo de descanso escolares  - auténtica obsesión repetitiva de los expertos en educación por la rentabilidad y la eficacia - constituyera también otra ilusión, una convención espuria,  con lo que el planteamiento sobre el tiempo escolar habría de flexibilizarse aún más,  si cabe,  de lo que se plantea en el Informe, pues la clave no radica, en mi opinión,  en conseguir cuadrar cicateramente horas, días, semanas blancas u otras menudencias newtonianas.  (Ver complementariamente Textos históricos sobre educación - Antonio de Nebrija - en este site), 

Me parece, sin embargo, muy valiosa cualquier aproximación por mínima que sea entre las luces/sombras que aporta la ciencia actual y lo que demandan los diferentes colectivos interesados en eso que denominamos jornada escolar para la enseñanza/educación

Aunque sólo fuera para continuar desplegando el aliento imprescindible de la creatividad  que surge más fresca y renovada de la no conciencia del paso de los días,  sin cuyo aliento no merece la pena perder el tiempo en este trabajo.

                                                       

                           Día 5 de noviembre

            LOS MAESTROS ENFERMAN EN LAS AULAS 

Acabo de leer un reportaje que publica  hoy mismo el periódico EL PAÍS  titulado Los maestros enferman en las aulas. Un reportaje duro y escasamente esperanzador. 

"Es lo mínimo que puede estar ocurriendo", me digo. Y oscilo entre la perplejidad y la indignación y una sensación fuerte de autoestima y valoración por lo que hago. Pero como la situación, tal como se advierte en el reportaje, puede adquirir  tintes de epidemia trágica  me he reafirmado en algunas medidas preventivas como las que siguen:

1ª.- Distanciarme respetuosamente pero sin contemplaciones de  tertulianos, pedagogos, psicólogos, asesores,  políticos o sindicalistas, inspectores, profesorado, padre o madre estresados, proyectivos y culpabilizados,  expertos en educación o similares que confunden torpemente su trabajo con el de un moralista.  Se trata de una especie que abunda en el sector - sin duda, existen otras variadas especies - que causa estragos en la ecología de los cerebros poco avisados.

Una depresión esconde casi siempre un sentimiento de culpa hondamente destructivo incubado a través de procesos psicológicos complejos a los que no es ajeno desde luego el rol docente  actualmente dominante. El moralista mal reciclado  que ha equivocado su profesión ignora esto - pertenezca o no a la clerecía - y desde su inveterado perfeccionismo neurótico se siente incapaz de pensar simultáneamente el orden y el desorden - recurso imprescindible para captar, por ejemplo,  los problemas de disciplina en especial si se ocupa un cargo directivo -,  con lo que contribuye a la incriminación culpabilizadora y al envilecimiento del rol del educador  y de los roles familiares.   (Puede verse Colegas y Pringaos en este site ).  Con el añadido de que el moralista laico resulta  hoy más perturbador que los eclesiásticos de oficio,  aunque se trajeen en Zara,  Emidio Tucci, ronden años placenteros o adornen su imagen con peircing o modales repletos de habilidades sociales  tan huecas como elementales.   

Curiosa y paradójicamente, la tipología del moralista  incrustada a fuego en el inconsciente colectivo del profesorado y de la familia española actuales incluye en su menú cierta limitación para entender y abordar los valores públicos de una sociedad democrática tan compleja como la nuestra,  lo que provoca comportamientos oscilantes entre el autoritarismo gratuito, la abdicación de su capacidad de respuesta, la proyección sobre los otros de su sentimiento de culpa, el aceleramiento al borde del ataque de nervios o el derrumbe psicológico. 

Una mujer moralista en educación, por otro lado, - espécimen que últimamente florece también sobre todo en cargos directivos intermedios y en sectores familiares relativamente jóvenes,  y lo que afirmo no tiene nada que ver con la lucha de la mujer por su liberación -, reviste unas características particularmente correosas que no es el momento de analizar.

2ª.- No asistir a conferencias, cursos, ponencias o seminarios en donde intuya que el coordinador, ponente o conferenciante, más allá de lo que diga su pomposo currículum,  va a repetir con escasas variaciones lo ya sabido  como corresponde a un burócrata del conocimiento que no consigue actualizar sus marcos de referencia ni sus pautas de análisis (las titulaciones académicas habrían de tener fecha de caducidad),  insuflando a sus propuestas aunque vengan expresadas en inglés un enfoque empobrecido que ignora lo que se cuece actualmente en un aula. En torno al 80 %.

3ª.- No leer libro alguno, revista o reportaje sobre educación que no me ofrezca las siguientes garantías: que los que escriben, sea cual sea su ideología, metodología o enfoque,  me parezcan tipos serios que se preguntan cosas,  que investigan con un mínimo rigor, que tienen curiosidad, que despliegan creatividad, que arriesgan, que están abiertos, que no dogmatizan, pero tampoco relativizan desde la debilidad porque siendo ya todo igual no todo da igual, que no pretenden vender una moto  ni transitan por tópicos y estereotipos agotados, ... 

Lo flojo, en mi opinión, abunda demasiado en el sector propiciando que los virus patologizantes  encuentren un caldo de cultivo bajo de defensas que facilita su propagación.

4ª.- Mi trabajo es  muy difícil en la actualidad,  lo sé, y  por ahora me sigue fascinando. Por lo mismo cuido no entrar en un aula, sea la que sea y a la hora que sea, sin  adiestrarme previamente en unas cuantas  argucias; argucias que cada día domino mejor y con las que consigo colocarme en condiciones para funcionar como deseo,  esquivando el desgaste innecesario y la fortísima proyección que realiza inconscientemente el alumnado y, en general, casi todos los sectores sociales sobre la figura y el espacio simbólicos  del profesorado. No se trata de argucias especiales y me consta  que algo similar realizan otros profesionales de alto riesgo (cantantes, locutores, cirujanos, pilotos de aviación, actores, deportistas de élite, etc) con objeto de optimizar su rendimiento y evitar el síndrome del quemado.  Y es que tal como están las cosas resulta arriesgado entrar a pelo en un aula, si además quiero estar receptivo a lo que me llega para actuar con los reflejos a punto y no sucumbir ante una avalancha de requerimientos  excesivos.  Tales argucias indispensables nada tienen que ver, por ejemplo, con repasar las programaciones de aula, con un recetario de andar por casa,  misticismos ni monsergas moralizantes extraídos de un manual de autoayuda o realizar respiraciones profundas tras el dopaje que supone la lectura de los documentos administrativos de la mayoría de los coles o de los programas de formación del profesorado.

Yo creo que salvo 3 ó 4 cosas obvias que vienen de muy atrás, la mayoría  de las cuestiones que afectan hoy a  mi trabajo son coyunturales y provisionales; por lo mismo, permanentemente revisables. Pero si, como se afirma en el mencionado reportaje, abundan actualmente los trastornos psicológicos de diverso tipo entre los profesionales de la enseñanza/educación  hasta llegar a afectar al 80 %, cosa que creo verosímil,  parece deberse a que la blablablaosfera  educativa  está invadida de virus deprimentes que campan chulapones por sus respetos  sin que un antivirus convincente  les neutralice.

En mi opinión, corren tiempos muy duros para la enseñanza/educación y no queda mucho espacio para el entusiasmo y el optimismo. 

Una profilaxis drástica y radical  permitiría,  sin embargo, retomar el pulso a lo que está ocurriendo.

El artículo de Vicente Verdú en el periódico EL PAÍS del día 10 de noviembre Maestros quemados  me confirma la urgencia de tal profilaxis drástica y radical,  aunque sólo fuera para salvar una elemental dignidad.

                                                                                     

                                                                Día 1 de diciembre

                                                         "He dado una hostia a un niño"

El siguiente comentario estrafalario e impertinente  se me ocurrió tras leer una entrevista al conocido psicólogo Bernabé Tierno (Diario 16, domingo 12 de noviembre de 2000). En dicha entrevista este profesional sostenía lo siguiente: "Una torta al niño significa el gran fracaso de su educador". El periódico lo destacaba en titulares; su lectura me impresionó y espoleó este escrito.

 

En efecto, mi torta no fue una colleja, ni un capón, ni un cachete, ni un azote, ni una regañina airada. Fue una hostia  en caliente, seca, contundente, sin titubeos. Un hostión,  como se dice en la jerga de las pandillas juveniles. 

Y, claro, crisis profesional  profunda.  Decidí sin más analizar desde todos los ángulos posibles los pormenores que habían dado lugar a este incidente. Por un lado, algo me indicaba que había sido necesario e inevitable proceder así; por otro, mi superego culpabilizador, en línea con lo que apunta la afirmación de Bernabé Tierno, me desautorizaba y recriminaba. ¿Había violentado los derechos fundamentales de un niño? Estaba literalmente perplejo y desconcertado. Pero, ¿qué había pasado?.

Los hechos discurrieron en esta dirección: se trataba de un grupo de alumnos de 2º de Educación Primaria con una lamentable, triste y conflictiva historia escolar que no viene al caso describir; conociendo su complicada situación escolar,  decido libre  y voluntariamente hacerme cargo  del grupo.  Todo un reto. Porque de los 25 alumnos, 12 no sabían leer ni escribir, aunque existían libros de texto ya comprados;  2 eran de integración, 2 repetidores y 3 pertenecían a minorías étnicas. Se trataba también de un centro público estándar  de 24 unidades con las complejidades organizativas y metodológicas propias de este tipo de instituciones; además, en régimen de jornada continua. En medio de este tinglado sobresalía un niñito de 7 años que permanentemente insultaba al profesorado (hijo de puta, cabrón, te voy a denunciar, ...), que escupía con reacciones muy agresivas, caprichoso, exigente, mandón, sin límites ni controles. Se subía a las mesas, rompía objetos de la clase, no dejaba en paz a los demás, no sabía leer ni escribir ni le interesaba lo más mínimo, con problemas de sueño, emocionalmente muy alterado, pero, en mi opinión, superinteligente. Un niño de 7 años que te espeta (cito textualmente): "Profe, ¿es que no entra en tu puta cabeza que no lo quiero hacer?",  no es desde luego un alumno con necesidades educativas especiales.

Yo recordaba aquel dicho de Neill (Summerhill) con el que estaba y sigo estando de acuerdo: "No hay niños-problema; lo que hay son padres-problema, maestros-problema, colegios-problema, sociedades-problema".  En primera instancia - resalto lo de primera instancia, porque es obvio que hay otras instancias de las que hoy no toca escribir - yo era el  problema.

En el siguiente sentido:

Yo era el problema por tener interiorizada una visión edulcorada de la violencia institucional que emerge a diario en las aulas: textos inadecuados, metodologías desajustadas, horarios elaborados con calzador, distorsiones chocantes entre la teoría y la práctica,... Por no hablar de la violencia estructural en la que está incrustada actualmente la escuela. Destaco dos rasgos, aunque no sean los más peliagudos:  a)  la incitación permanente a un consumo idiotizante más allá de las posibilidades reales de muchos grupos sociales y b) la presencia numerosa de padres despistados que delegan su función educativa sobre el profesorado - "para eso pago impuestos"-, estribillo que se repite una y otra vez como  queriendo decir algo importante. De todo esto se habla poco ahora enfatizándose, en cambio, la responsabilidad directa del profesorado. 

(He de consignar en justicia que el Equipo Directivo apoyó con gentileza mi propuesta de utilizar el patio de recreo discrecionalmente, en especial,  desde las 9 de la mañana hasta las 12, pues interpretaba que un grupo de alumnos tan peculiar no podía ajustarse al férreo y absurdo horario de estar obligatoriamente 3 horas seguidas en el aula  hasta la hora del recreo,  tal como venía diseñado en el horario oficial de la jornada continua; con el compromiso -  bajo mi exclusiva responsabilidad ante quien fuera necesario - de que las continuas y breves salidas al patio de recreo a lo largo de la mañana constituirían situaciones flexibles de aprendizaje). 

Yo era el problema por creer que la afirmación de Neill deja traslucir una visión angelical, simplona, mema y estúpida de lo que es un niño. No es así. En efecto, no hay niños-problema, pero también, si no se interviene adecuadamente, los niños llegan a ser manipuladores sinuosos, monstruitos sádicos y crueles o tiranos increíbles. 

Yo era el problema por deducir con ingenuidad que las teorías psicológicas y pedagógicas o las variadas propuestas metodológicas actualmente en boga en nuestro país pueden trasladarse mecánicamente a los procesos complejos que ocurren en un aula. Y es que, en mi opinión, no abundan las personas teóricas que sepan realizar una inteligente traslación de su buena teoría  a las situaciones no ficticias de los aprendizajes. Y no abundan porque en el gremio escasea la inteligencia. Era mi caso.

Yo era el problema por valorar, analizar e interpretar mi energía personal en clave profesional. Es decir, un profesor puede y tiene derecho a ser nervioso, tranquilo, serio, alegre, decidido, de movimientos lentos y acompasados o animados y muy enérgicos, calmado o impaciente, de pocas palabras o un simpático hablador, difícilmente alterable e influenciable, o sensible y con reacciones vivas en ocasiones hasta violentas, dotado o no con habilidades sociales, fino o rudo, cuidadoso o desaliñado, ordenado hasta el punto de saber donde deja todos sus papeles o despistado y olvidadizo. En todos los supuestos puede ser un excelente profesional si conoce, domina, controla  y sabe desplegar responsablemente lo mejor de su energía. Pero forzar lo que uno es por naturaleza  o ha llegado a ser por educación para ajustarse al perfil dominante  en  la literatura de moda en el sector acarrea tan sólo consecuencias fatales. Por ejemplo, puede constituir un gap esquizoide insalvable que yo pretenda comportarme como un mediador de los aprendizajes de los alumnos - así se dice ahora - si lo hago desde situaciones extrañas a los procesos concretos que vivo a diario en el trabajo, pues tal pretensión incluso me impedirá matizar las condiciones de posibilidad de dicho perfil.

Yo era el problema por dejarme hipnotizar por los análisis blandos, edulcorados y moralizantes que pululan en torno a la violencia sobre los niños y en los que se olvidan cosas obvias. En una nota informativa enviada a los padres de aquella tutoría había escrito lo siguiente:

"Muchos niños/as actuales han aprendido prematuramente a no postergar las cosas (bajo índice de frustración, dicen los técnicos), todo tiene que ser aquí y ahora, hasta el punto de que cuando se emperran en algo resulta difícil sacarles de ahí, de su rabieta, de su cabezonería, a no ser que haya un chillido o un golpe en la mesa. Casi siempre, el chillido o golpe en la mesa complica más las cosas, pero al menos zanja abruptamente una situación desmadrada y desagradable. La cosa  suele quedarse ahí.  Porque los adultos parece que somos incapaces de mostrar una firmeza  y  seguridad medianamente coherentes.  Ante las situaciones conflictivas, los padres y educadores lights  que, según parece, abundan por doquier, ceden o pasan.  Y así nos encontramos con que uno de los problemas más intrincados de la educación actual consiste precisamente en que los adultos no sabemos decir no a las nuevas generaciones. Para complicar más las cosas, se acaba identificando la palabra violencia con sólo la violencia física, dejando de lado la sutil, pertinaz y peligrosa violencia psicológica. ¿Y no es esta violencia psicológica  un maltrato  peor, aunque a los niños no se les toque ni un pelo? A un niño o niña no se le puede tocar - incluso se produce una denuncia por supuestos malos tratos, que los medios de comunicación se encargan luego de airear espectacularmente – pero sí se le puede estar dañando psicológicamente de muchas y variadas maneras todos los días y a todas horas,  en casa, en la calle, ante el televisor o en el propio cole, sin que nadie rechiste.  Muchos niños sagaces se dan cuenta de esta trampa que atenaza al mundo adulto, aunque no puedan ni sepan verbalizarlo y acaban manipulando las situaciones con una picaresca y soltura dignas de mejor causa. "Tú a mi no me mandas", te largan desafiantes en algunas ocasiones. Y a ver quien pone luego el cascabel a este gato".  

Yo era el problema por haber olvidado que Freinet no era proclive precisamente  a una interpretación roussoniana del niño, por haber olvidado al exigente, coherente  y duro Makarenko - en el contexto histórico político  muy particular de su experiencia en la colonia Gorki, como es obvio - o la exigencia sorprendente de Gramsci que algunos sindicatos de clase parecen desconocer, partidario como era de una educación coercitiva, de una visión conservadora de la educación para una política de izquierdas,  de la instrucción y del enciclopedismo con objeto de conseguir una adecuada formación, incluso de los exámenes tradicionales, por no hablar del propio Dewey, de quien,  deliberadamente o no, se ha presentado en nuestro país una versión blanda de sus propuestas. Y es que en los aledaños de las modas teóricas dominantes en la actualidad en el sistema educativo español se ha colado una suerte de aire pedagógico blando, un toque de inhibición - lo que Makarenko denominaría el Olimpo Pedagógico - que viene a cultivar inconscientemente la especie de que el respeto profundo al niño vendría a ser incompatible con un alto y contundente grado de exigencia. 

Yo era el problema por no releer de cuando en cuando las  consideraciones de quienes desde nuestros ancestros - salvadas las distancias de tiempo, lugar y contexto - habían terciado sin tapujos en esta delicada cuestión:

"Empero - escribe Luis Vives - dado caso que al ingenio del hombre le deprimen y empeoran las pasiones excitadas, hay que reprimir y atajar aquel movimiento inconsiderado con reprensiones, con castigos verbales, si menester fuere, con alguna sanción aflictiva para que, como acontece con las bestias cerriles, le traiga al buen camino del dolor físico, puesto que la razón no le bastó. A pesar de lo que digo, yo querría que ese castigo fuera todo lo blando posible, no duro, ni propio del esclavo, si ya su índole no fuera tal que se le deba recordar su obligación a fuerza de golpes, como un siervo. No demostrará el maestro una excesiva familiaridad con los niños y con aquellos que tienen aficiones aniñadas. De ellos dice la vieja comedia: "La sobrada familiaridad engendra el menosprecio".  Será, pues, grave sin sobrecejo y será dulce sin empalago; no amenazará, sino cuando el caso lo requiere, y no verterá baldones que determinan en el niño automáticamente la facultad y el acto de maldecir. Después de las amenazas, si el niño no fuera dócil, vengan los palos, pero con tal comedimiento, que su cuerpo tiernecito sienta el presente escozor, pero que no le deje ulterior escocedura. Jamás se comporte de tal manera que acostumbre a los niños a no hacer caso de sus amenazas o de sus reprimendas. Yo desearía que no las malgaste fuera de tiempo, sino que las reservase para las oportunidades, que son las que dan favor, precio y realce a todas las cosas. Y querría, además, que los golpes no fueran tan frecuentes que llegaran a criar callosidades. Los más talluditos, más raras veces deben sufrir castigos físicos, pero sí de tarde en tarde; por lo común deben cohibirles el miedo y el respeto del preceptor y de las graves personalidades académicas que actúan como testigos y espectadores de la virtud y de los vicios de cada uno, y también la consideración debida a sus padres y a sus deudos". (Luis Vives, Siglo XVI, Enseñanza de las Disciplinas, II,págs. 589-590). 

¿Cómo no recordar, por ejemplo,  que el ludus magister de la época arcaica romana se denominaba así  en sus inicios para amortiguar el aire severo que el niño romano vivía en el seno familiar, situación que cambió radicalmente a partir de la etapa clásica?. ¿No le toca en la actualidad ser severo también al profesorado, pero con el pie histórico cambiado, ante un clima familiar de una permisividad pasmosamente enervante?.

Finalmente, yo era el problema por no haber caído en la cuenta de que lo que a un niño realmente le daña no es la hostia, el hostiazo, el hostión,  sino que el adulto no le quiera, que no se ocupe realmente de él, que no le entienda, que no se crea en él o que  - más que los límites y las normas que, aunque se afirme lo contrario, acepta siempre de buen grado - se le diga a todas horas quién es, se le defina, se le delimite, se le etiquete, se le encasille. ¿Es lo mismo, por ejemplo, que un adolescente perciba ante el mensaje a las 12, en casa tan sólo una decisión razonable que, por el contrario,  el contexto comunicacional  le lleve a interpretar: "A las 12 he de estar en casa porque mi padre no se fía de mi"?. Obviamente no.

  Las cinco normas de disciplina contundentes y claras para un grupo tan peculiar como aquel 2º de Educación Primaria - escenificadas y cantadas durante el curso tras su fijación definitiva después de un periodo de observación -  fueron:

  • No vale lo que molesta y hace daño, aunque a mi me guste.
  • Los chulitos y las chulitas  no mandan, mandamos todos.
  • Los acusicas no son necesarios.
  • Antes de pegar, hay que hablar.
  • Hago mis trabajos y dejo que los demás los hagan.

Aquel niño  - como no podía ser de otra manera,  pues entre otras cosas de eso se trataba -  finalizó el curso leyendo y escribiendo, conociendo los números hasta el 1.000 y sabiendo sumar igual que 24 alumnos de los 25 que integraban el grupo.  

La mamá, informada inmediatamente del hostión  antes de que lo hiciera el niño, vino a decir:  "Me da confianza que usted haya llamado y que además de reconocerlo, me haya  explicado un mogollón tan complicado".  

En efecto,  como tutor yo seguía siendo el problema, o sea, muchos problemas, todos los problemas del mundo. Y es que el espacio simbólico que ocupa el profesorado en occidente resulta ahora sumamente  contradictorio, un espacio en el que el absoluto hegeliano confluye siempre, directa o indirectamente. Demasiada tela.

Por eso hoy, desde mi identidad profesional culturalmente                 problematizada, no sería tan contundente como el psicólogo Bernabé Tierno: "Cuando un profe da una hostia a un alumno - diría yo - habría  que preguntar qué ha pasado, qué está pasando, porque el fracaso - si hay que hablar de fracaso - puede estar agazapado donde uno menos lo imagina. Desde luego, no en el alumno y tal vez, quién sabe, tampoco en un hostión inteligente".

Subrayo esto: ¿qué es lo primero que hace un niño cuando recibe un azote del adulto? Sin lugar a dudas,  mirar el rostro de ese adulto. Si el rostro adulto - habitualmente acogedor, amoroso y atento con el niño como cabe suponer -  no sobrecarga su expresión con emociones turbias, el niño no almacena ni interioriza la posible negatividad de una hostia, un pescozón o una torta integrando energéticamente la situación de forma inmediata. De esto saben algo los analistas reichianos (Wilhelm Reich), que aún quedan por fortuna. La situación se torna muy diferente cuando el adulto transmite en el rostro al niño, junto al azote, su ira, su inseguridad, su rabia, su prepotencia, su venganza, su furia, su enojo,... Si además aliña su hostiazo con comentarios inútiles y vejatorios como lamentablemente ocurre con frecuencia - ¡vaya niño, qué poca vergüenza, así no llegarás a ningún sitio, maldita la hora en que te traje al mundo, la madre que te parió no sabía lo que hacía!,...-,   el niño/alumno queda realmente lastimado y muy herido asistiendo impotente, ahora sí, a la vulneración de uno de sus derechos más básicos.

Ni violencia gratuita, pues, por parte de nadie, ni el cachondeo  degradante, humillante, disparatado y vergonzoso que ofrecen bastantes aulas, en particular las de los centros de secundaria. 

En mi opinión, habría que establecer las normas de disciplina tras un análisis e interpretación inteligente de cada contexto concreto  y con la metodología que se estime en cada caso pertinente, algo que, según creo, se hace en contadísimos ocasiones, echando mano por defecto y sin criterio de los Reales Decretos o de unos Derechos y Deberes tan genéricos que suenan a música celestial. Diagnosticado el entramado real y simbólico de las relaciones en cada centro, en cada aula, en cada situación,  me inclino por una firmeza rotunda y sin contemplaciones que no habría de afectar únicamente al alumnado. Podría conducir incluso a una profunda y rotunda radicalización de los planteamientos didácticos y pedagógicos. Porque el horno no está ya para bollos.  Lo que no quiere decir precisamente - espero haberme explicado bien - apelar al uso de la violencia, del autoritarismo gratuito o de la imposición por la fuerza. 

Creo  - con todas las excepciones que cada cual quiera poner, a lo mejor muchas - que el profesorado en su conjunto no se merece, sin embargo,  que se proyecte sobre él una chulería envalentonada como la que campa actualmente por las aulas. 

No obstante, quien se gane a pulso con su torpeza profesional el descrédito, que espabile o que lo deje. Que un hostiazo  oportuno, real o simbólico, a un docente adocenado, arbitrario y empantanado en su burbuja particular tampoco provocará cataclismos energéticos definitivos. (Ver día 4 de septiembre del Diario en esta página) 

Y el tutor/a  que aún coloque una cartulina en las paredes de la clase con este estúpido listado de normas: No hablaré en clase, Escucharé siempre al profesor, Debo estudiar, ... ha de saber que se hará merecedor ya mismo de un par de pescozones energetizantes  por su cerril actitud para interpretar  lo que ocurre delante de sus narices. Si además se quejara de que sus pupilos no las cumplen, dos pescozones añadidos. 

Me temo que un paseo rápido por las aulas actuales agotaría en media hora el cupo de collejas disponibles.  

Entiendo lo que quiero decir con mi lenguaje desenfadado. Ignoro, sin embargo,  si he conseguido explicarme.  

Del par de hostias a padres y otras instancias a lo mejor escribo algo otro día. Que también hay cupos disponibles.

Puede consultarse complementariamente en este site  Colegas y pringaos, especialmente la  CUESTIÓN SUGERIDA.          

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El periódico catalán LA VANGUARDIA   del día 3 de diciembre de 2000 abunda una vez más en los problemas de la salud del profesorado. 

Asimismo,  el periódico DIARIO 16  en su Suplemento Dominical del mismo día 3 de diciembre de 2000 (este periódico no dispone de una versión digital, al menos la desconozco) publica un reportaje impresionante sobre la violencia en los institutos; en el mismo Suplemento, el conocido psiquiatra Carlos Castilla del Pino opina  en una entrevista con un lenguaje dramático sobre lo que está ocurriendo.

Desde otra perspectiva, el académico Francisco Rodríguez Adrados plantea indirectamente algunos aspectos del problema en su artículo publicado en el periódico EL PAÍS del día 7 de diciembre "Latín, deporte y enseñanza". 

Coincido, en líneas generales, con estos diagnósticos; lo que importa y se necesita, sin embargo, es sugerir ya alguna alternativa para el problema de la disciplina desde las aulas y desde la organización interna de los Centros. Las hay. Pero nos encontramos, según me parece,  en la fase necesaria de la queja, la estupefacción, la inhibición y el lamento. Por lo que es posible que dentro de pocos días otras publicaciones se descuelguen con más informes o reportajes impactantes a cual más desesperanzador. 

No deseo contribuir desde esta página a ese espectáculo.

                                                   

                                                                             

                                      Botón y genoma

                            Dos horas hipertextuales de un fin de semana

                                                   (18 de febrero de 2001)

Había comenzado sobre las 10 de la mañana cosiendo el botón de un pantalón mientras cerraba los detalles de la lectura del indispensable libro de Matt Ridley Genoma. La autobiografía de una especie en 23 capítulos, Taurus, 2000

Un sol generoso venía alimentando mi estudio a través de ventanas abiertas de par en par. Mi mente, en ebullición permanente como las carreteras modernas en horas de tráfico denso,  cavilaba sobre los avatares de esta especie que hemos convenido en denominar humana. Bob Marley con su celebrado Leyend, las Invenciones de Bach, el concierto para piano y orquesta  nº 21 de Mozart y lo último de Joaquín Sabina constituían el programa previsto en mi equipo de música para estas dos horas de trabajo. 

Iba placenteramente y sin solución de continuidad del cosido del botón a la lectura del reportaje espléndido sobre el genoma en Diario 16 (domingo día 18 de febrero), echando de paso un vistazo aleatorio a Las consolaciones de la filosofía  de Alain de Botton,Taurus, 2001  o  a las provocadoras páginas de El futuro borroso o el cielo en un chip de Bart Kosko, Drakontos, Crítica, 2000 que un amigo virtual me había sugerido a través del correo electrónico; también, según se iba terciando, deambulaba entre el planchado de dos camisas, las llamadas telefónicas o la atención al correo, mientras escribía este liviano Diario digital, limpiaba unos cristales marcadamente sucios de mi estudio a la vez que  perfilaba los detalles de la planificación para la próxima semana. Me gusta disfrutar trabajando en varios tableros simultáneos como en el juego del ajedrez cuando dispongo de algunas horas libres por delante.

Y para que mi ego culturalmente condicionado no decayera le animaba a través de respiraciones profundas con esta sesuda reflexión: "Esto que hago en estas dos horas es lo que la publicidad denominará vivir hipertextualmente en el siglo XXI".  Lo habían sugerido ya entre otros Deleuze y Guattari  en un premonitorio librito titulado Rizoma de apenas 60 páginas (Valencia 1977):"Haced rizoma y no raíz, no plantéis jamás"(...) ¡No seáis uno ni múltiple, sino multiplicidades!,  se podía leer en su contraportada de tonos cuasiproféticos. 

Pero mi mente inquisitiva rebuscaba tozudamente esta mañana las relaciones entre la implicaciones genéticas del cromosoma  11 - ay, la dopamina - y el cromosoma 26 a través de  las aportaciones al debate inaugurado por Francis Galton en el siglo XIX de los científicos James Fliynn y Ulric Neisser en torno al coeficiente intelectual (CI). 

Como informa Ridley (obra citada, pág.108), el susodicho coeficente ha aumentado en quince puntos en las nuevas generaciones durante las últimas cinco décadas. Una barbaridad. Lo que quiere decir que o el mundo estaba entonces lleno de zopencos o en la actualidad está repleto de genios. Pero ni una cosa ni otra, según parece. Ahora sabemos definitivamente que el coeficiente intelectual no mide algo innato; lo que ocurre es que en nuestras sociedades se viene fomentando un tipo de inteligencia dotada de una gran facilidad para los símbolos visuales - lo que Raffaele Simone denomina con acierto inteligencia simultánea. 

Curiosamente, y aquí está la clave del asunto, tales símbolos son parecidos a los rompecabezas que se utilizan en las pruebas para detectar el coeficiente intelectual. "Acabáramos, amigo Sancho. Aquí hay tongo. ¿Por qué entonces la ciencia pedagógica oficial dominante continúa siendo cognitivamente tan lerda y no toma nota del asunto?", me pregunté al pronto entre  peleón y cabezota a la par que iba rematando con acierto el zurcido  del botón. 

"Pues aunque sea un ignorante en genética y en biología molecular -  murmuro para mis adentros -  esto del genoma yo ya no me lo pierdo" . Y he anotado entre  mis favoritos las dos direcciones que recomienda Ridley (página 355): la de Víctor McCusick - conocida como OMIM-  en la que se suministra referencias de todos los genes humanos cartografiados y secuenciados con una actualización permanente  y la dirección del site del Instituto Weizmannn de Israel  donde se resume cada cierto tiempo lo que se sabe de cada gen. "De algo realmente útil tenía que servir este invento contradictorio de Internet",  he concluido parcialmente satisfecho. 

Pero, ay,  no escamoteo el hecho prosaico de que mañana lunes a las 9 estaré en régimen de jornada continua en el cole durante 5 horas ininterrumpidas con alumn@s de 3º, incluyendo una sesión con alumn@s de 4 años. Sensaciones fuertes. Parte del menú del lunes incluirá, dejando de lado la casposa expresión programaciones de  aula,  la lectura teatralizada de un cuento en el que el protagonista es  un niño que dice  muchas palabrotas

Y es que algunas mamás andan soliviantadas - "adónde vamos a ir a  parar, don Bernardo" -  porque sus vástagos largan lindezas del siguiente tenor cuando se pelean: "Y tu me chupas la polla, pues tu el coño, hijo de puta", zanjando así sus trifulcas de patio con modos teatreros calcados del programa televisivo de moda entre la muchachada:  "Ahora vas y lo cascas".  

Tales juegos expresivos de los cachorros se me antojan tan inocuos como bostezar por sotavento, a diferencia, por ejemplo, de las bombas sobre Irak que trae hoy la prensa dominical, que eso sí que son auténticas palabrotas.

Tres años antes de la erupción del  Vesubio en 1879 había escrito Nietzche: "El secreto para cosechar la existencia más fecunda y el más grande placer de la vida es vivir peligrosamente. ¡Construid vuestras ciudades cerca del Vesubio!  (citado por  Alain de Botton, pág, 252). 

"Jopé, - exclamo infantiloide, pues todo se pega, visitante internauta desconocido - ¿será también la escuela actual un Vesubio imprevisible?".

Las doce y pico ya. Vale por hoy. Guardar, cerrar y preparar para subir al servidor. 

Un cielo azul impoluto viene susurrándome hace un rato otra secuencia hipertextual distinta para la luminosa tarde del domingo.   

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Manuel Castells publica en el periódico EL PAÍS un interesante artículo titulado El genoma y la humanidad.  Un grupo de alumnos nos hemos preguntado en la Universidad el lunes día 19 : El conocimiento del genoma humano ¿dará la razón a los ambientalistas en muchos de los debates que sobre educación arrastramos desde el siglo XIX? Apasionante pregunta.                                            

                                                                                       

                                                            ¿Agua o emperador?

Existió una vez un rey mongol llamado Aurangzeb que había destronado a su anciano padre tomándolo a la vez como prisionero en su propio palacio.

Pero el padre de Aurangzeb no se sentía preocupado. Aunque había sido destronado y era prisionero de su hijo continuaba viviendo cómodamente en el palacio rodeado de todos los lujos. 

Tan sólo le faltaba una cosa: se aburría mucho pues tenía demasiado tiempo libre y sus días pasaban sin ocupación alguna. 

Se dirigió entonces a su hijo diciéndole: "Vale, estoy de acuerdo en que me estás dando todos los placeres posibles, pero te voy a pedir sólo una cosa más y te estaré agradecido para siempre: mándame a treinta niños pues me gustaría enseñarles".

Cosa curiosa. "Por qué querrá mi padre enseñar a treinta niños - se preguntó Aurangzeb - si él nunca ha mostrado inclinaciones para ser profesor ni le han interesado las cuestiones educativas. ¿Qué es lo que le habrá ocurrido?".

Para saciar su curiosidad Aurangzeb le envió ni corto ni perezoso los treinta niños. Su sorpresa comenzó al observar que su anciano padre volvía a ser el de siempre. 

Y es que el anciano, que a la sazón se llamaba Shah Jehan, había vuelto a sentirse de nuevo emperador mandando ahora sobre treinta niños.

Reflexiono hoy una vez más sobre la naturaleza de mi trabajo. Me gusta repasar cómo he llegado hasta aquí. Y no me satisfacen del todo las definiciones que se escriben sobre lo que hago: que si mediador de los aprendizajes, que si animador del saber, que si experto en la lógica del conocimiento, profesor reflexivo, profesor investigador en el aula, educador, especialista en los procesos psicoevolutivos, ... Demasiadas  definiciones.

Algunos psicólogos, sin embargo, sospechan que en realidad un profe es un político, pero sin la suficiente confianza en sí mismo para entrar en política; por eso nos metemos en los coles para convertirnos en primeros ministros, presidentes y emperadores tipo Shah Jehan. Encuentro un eco de semejante posibilidad cuando tengo que dar una voz a un grupo alborotado de alumnos para que se reordenen antes de comenzar la sesión. Y sí, es verdad, siento un especial cosquilleo placentero al ver que se callan. Señal evidente, me digo ufano, de que valgo para algo,

Otros psicólogos interpretan que los profes presentamos una inveterada tendencia a ser sádicos, o sea, que nos gustaría torturar. El mejor lugar para hacerlo sería, sin duda, un cole de educación primaria ante niños indefensos, porque los adolescentes te mandan a hacer puñetas sin problemas. Algo de esto  he observado también cuando he dejado  a un niño sin recreo cinco minutos. Claro, por su bien. Luego en un seminario de investigación curricular he divagado sobre el arte de saber poner límites y la cosa  me quedó centrada. 

Recuerdo el rebote que pillé cuando leyendo las Memorias  de Alan Watts (Ed. Kairós, 1980) -  personaje clave en la contracultura americana de los años 70 en el siglo pasado, la flowers generation - me topé con un párrafo en el que tras analizar el tipo de profesores que tuvo en su infancia concluía que para ser maestro había que estar dotado de una configuración psicológica peculiar, con una pizca de homosexualidad difusa pasiva en su contextura. Y lo ejemplificaba recordando los cachetes de sus maestros en el culete, los tironcillos cariñosos en los mofletes o los pescozones suaves. Yo mismo he recordado tal posibilidad cuando,  claramente cabreado con un alumno que  ha deshecho empujando la inevitable fila para entrar en el gimnasio, me he acercado y zarandeando su hombro le he espetado  entre cariñosón y autoritario:"Cuántas veces te he dicho que no chilles, no corras y respetes la fila" . Qué cosas.

Por si fuera poco una amiga psicoanalista experta en las relaciones padres, profesores y alumnos acostumbra a decir sabiamente: "Lo que de niño se vive pasivamente, lo actualizas luego de adulto activamente" . "Ya está, - me digo - si de niño viví pasivamente la obediencia y la sumisión, no me extraña que ahora de adulto sea un  mandón activo con patas. O que al no saber qué hacer con mi fuerte energía  me pille de cuando en cuando una depre como las que diagnostican luego los expertos en lo que se denomina el malestar docente".  Un lío.

Todo esto acaba mosqueándome cantidad. Y he recordado unos chistes que me gustaría ver cómo los encajaba el emperador Shah Jehan desde  su palacio:

  Un padre estaba contando historias con orgullo a sus hijos en el comedor después de cenar: 

-Mirad, mi  bisabuelo luchó en la guerra de España con los republicanos, mi padre en la segunda guerra mundial contra los alemanes, mi primo estuvo en París en mayo del 68 y ahora tu has estado en Seattle contra la globalización de la economía.

El más pequeño de los vástagos comentó:

-¡Mierda! ¿Qué le pasa a esta familia? No se lleva bien con nadie.

  Otro niño pequeño estaba haciendo un test con un psicólogo orientador logsiano: 

- ¿Qué quieres ser de mayor? pregunta el psicólogo.

- Quiero ser médico, pintor o limpiacristales - responde el niño.

Confundido el psicólogo le preguntó:

-Pero no lo tienes demasiado claro ¿no?

-¿Por qué no? Lo tengo muy claro.  ¡Quiero ver mujeres desnudas!

  Una joven profesora interina había escrito en la pizarra:

- No me he divertío en tol verano.

Pregunta a la clase: ¿Qué está mal escrito en esta frase y qué hay que corregir?

Andrés gritó desde atrás : Échate un novio.

- ¡Andrés,  - lanza la profe algo nerviosa - vete al pasillo hasta que te tranquilices!

  La profe de Religión había finalizado su clase con los niños de tercero de primaria con una última exhortación: 

- No olvidéis nunca que Jesús es vuestro mejor amigo y siempre os escucha.

- Sí, pero mi papá sigue estando en el paro y eso que se lo he contado a Jesús.

(- Desde luego, vaya tela. Es que ya no sabes qué hacer ni qué decir, comentó luego algo turbada la profe en la sala de profesores).

Algo que me fascina de la naturaleza cuando voy al campo es la sutilísima inteligencia del agua. Me gusta sentarme unos instantes a la orilla de cualquier  riachuelo y observar siempre el mismo fenómeno:

El agua salta, esquiva, penetra, rodea, se hunde, reaparece,  sigue y continúa a través del cauce, a veces dando brincos a su aire, se desparrama, llega y vuelve, retoza cantarina, ... o sea, fluye. La inteligencia del agua es impresionante: siempre sigue la línea de menor resistencia consiguiendo ser permanentemente ella misma.

Quien conozca una institución que imparta un curso con el siguiente título:  "Nuevo rol docente para el siglo XXI: ¿agua o emperador? Persona, rol, personaje y personajillo" que no dude en avisarme. Le quedaré agradecido.

                                    ____________

He leído el artículo de resonancias lacanianas de  Vicente Verdú  La inexorable necesidad del otro  en El País Digital del día 1 de marzo. Lo que sugiere Vicente Verdú ¿ayuda a entender la actual crisis de identidad del profesorado? ¿Por qué comienzan a oírse voces que recuerdan los deseos aburridos del emperador Shah Jehan? 

                                                                                

                              ¿PUEDO SER INTELIGENTE TRABAJANDO COMO PROFESOR?

Sostiene Isabel Luzuriaga hablando de las formas en que la inteligencia se vence a sí misma que "es frecuente (...) ver que las personas que tienen dificultad para aprender, se dediquen a enseñar. Pero cuando enseñan, se ve que enseñan lo que creen de los objetos, hablando mucho de ellos, pero sin haberlos estudiado".  (Isabel Luzuriaga, La inteligencia contra sí misma. El niño que no aprende, pág. 40, Biblioteca Nueva, Madrid, 1998). Muy fuerte. Esta apreciación me recuerda, en otro sentido,  las críticas al verbalismo del profesorado helénico realizadas por Sexto Empírico en el siglo II. Pero dejo aparcado este tema.

Aunque Isabel Luzuriaga escribe desde un contexto clínico, reconozco, sin embargo,  que tuve dificultades para entender por qué la coma se corría a la derecha o a la izquierda en una división con números decimales en el dividendo y el divisor según unas reglas mecánicas que había que memorizar.  Es cierto también que lo que escondían aquellas reglas se me hizo inteligible cuando expliqué por primera vez esta operación aritmética a mi primer grupo de alumnos. Me ha ocurrido con otros contenidos en más ocasiones. Lo achaqué siempre a que mis aprendizajes habían sido promovidos de forma inadecuada, razón probable por la que finalicé sabiendo tan poco;  era previsible que al intentar explicar los contenidos a los alumnos de forma más comprensiva  mi horizonte se ampliara en el mismo acto de enseñar. 

Pero el hilo no va por ahí.  Gracias a la psicoanalista Isabel Luzuriaga caigo ahora en la cuenta de que lo que me pasó,  en realidad, fue que aprendí con dificultad, de forma torpe y con mi capacidad para comprender muy neurotizada,  resultando inevitable que tal desajuste me condicionara para dedicarme a la enseñanza. La institución  escolar de mi época  queda de esta guisa impoluta e intocada y se va de rositas. Ahora entiendo mejor por qué aún se musita coloquialmente en muchos foros: es maestro quien no puede ser otra cosa. ¿Acaso no es cierto que algunos padres orientan a los hijos con un expediente académico regularcillo con este consejo envenenado? Por lo menos, haz Magisterio.  Qué bien, qué maravilla.

Efectivamente, la inteligencia para Isabel Luzuriaga es capacidad de comprender. Y  para abundar en su idea cita algunas definiciones clásicas. Claparède, por ejemplo,  entendía la inteligencia como la capacidad para resolver por el pensamiento problemas nuevos.

William Stern sostenía que la inteligencia consistía en la capacidad de adaptarse a condiciones nuevas.

Thorndike la veía como la capacidad para reaccionar correctamente desde el punto de vista de la verdad de los hechos (o. c., pág. 25). 

No sé por qué,  pero aquí hay gato encerrado. Veamos.

Howard Gardner, tal vez uno de los estudiosos actuales  de la inteligencia humana  más solventes,  propone en su último libro una definición de inteligencia mucho más matizada: "La inteligencia es un potencial biopsicológico para procesar información que se puede activar en un marco cultural para resolver problemas o crear productos que tienen valor para una cultura" (Howard Gardner, La inteligencia reformulada. Las inteligencias múltiples en el siglo XXI, pág. 45, Paidós, 2001).  Esto ya tiene otra pinta.  Si la inteligencia  es un potencial que se puede activar en un marco cultural  para resolver problemas o crear productos, la cuestión se resitúa de otra forma. Menos mal. Howard Gardner como es sabido  no asocia la inteligencia tan sólo con los ámbitos académicos que, paradójicamente, pueden bloquear el tipo particular de inteligencia de mucha gente; su propuesta se aleja  por fortuna del enfoque psicométrico tan dominante  aún en nuestro sistema educativo. 

Pero cabe abordar la inteligencia desde otra perspectiva. Por ejemplo: 

Ser inteligente puede significar, en mi opinión, tener simplemente la habilidad para responder a cada situación concreta, no sólo dentro de una institución educativa. Porque la vida es puro fluir que, por cierto, se lleva bastante mal con las respuestas prefijadas de antemano.

Tal habilidad supone estar alerta para percibir qué es lo que requiere cada momento para encontrar una respuesta al reto y desafío planteado.  Soy inteligente si actúo de acuerdo con dicha situación, pero me desenvolveré como un manazas atontado si funciono de acuerdo a respuestas confeccionadas,  vengan de quien vengan, de un experto, de un asesor, de la costumbre, de los convencionalismos o del mejor libro del mundo. Parece obvio, según esto,  que inteligencia  no es erudición, almacenaje de conocimientos envasados o un recorrido repetitivo para arriba y abajo sobre los caminos ya trillados.

Cuando actúo estúpidamente tengo siempre a mano algún anclaje teórico que me justifica pues en el fondo me acojona depender de mis propios recursos, prefiriendo la protección que brinda el paraguas de la buena teoría.  Me siento inteligente, en cambio, cuando sigo mi intuición respetando y confiando en lo mejor de mi mismo. 

Tal percepción de la inteligencia, bien se ve,  desborda cualquier marco institucional. Porque  desde la torpeza - y esto es tremendamente curioso - sólo se acaba respetando a los otros, a lo Otro, a la alteridad anónima. (Lacan dixit) En el colmo, el respeto se circunscribe únicamente al saber enlatado en un impersonal libro de texto. Una pena.

Pero a lo que iba, ¿puedo ser inteligente trabajando como profesor?  Depende. Por momentos creo que si soy un eficaz gestor del conocimiento, un buen burócrata del saber  o promuevo lo que genéricamente se denomina la calidad de la educación, la sociedad  reconocerá  mi inteligencia. Tal vez mi  inteligencia domesticada. 

Pero la inteligencia libre, sutil y fina  como el agua (ver en esta misma página ¿Agua o emperador?),   va más allá de lo establecido, de lo que pueda dictar, por ejemplo,  un convencional sindicalismo instalado en los aledaños de los juegos de poder. La inteligencia abierta es por definición, no vale darle más vueltas,  inesquivablemente subversiva e incisiva. Entendiendo por subversión lo que cada cual quiera entender y se  mire tan endemoniado asunto por donde se mire.

Hace tiempo que ya dudaba  sobre la posibilidad de ser profesor y ser a la vez una persona lúcida. Hoy mi duda continúa abierta. Qué le vamos a hacer. 

La inteligencia del alumnado y de algunos sectores del profesorado,  ciertamente, no lo tiene fácil en los tiempos que corren dentro de las paredes de cualquier aula convencional.

                                                                                       

 

                    JORNADA CONTINUA O JORNADA PARTIDA ¿ES ÉSTA LA CUESTIÓN?

El periódico profesional  EL MAGISTERIO ESPAÑOL tuvo la gentileza de publicar en su sección TRIBUNA de sus ediciones de 21 y 28 de marzo de 2001 el artículo que seguidamente incluyo y que reproduzco, salvo los retoques realizados para facilitar su lectura hipertextual.  

                                                 Agradezco la amabilidad de Rubén Arribas para que su publicación fuera posible. 

 

No pretendo en estas líneas agotar las correosas cuestiones implicadas en el debate sobre la jornada escolar. Intentaré además no alargarme, por lo que me limitaré a subrayar algunos aspectos que considero de interés y que junto a otros me han llevado a concluir provisionalmente que el debate sobre la jornada ha sido y está siendo erróneamente planteado. Digo provisionalmente porque los asuntos espinosos, y éste lo es, han de ser abordados con una metodología flexible, según creo.

Para empezar, afirmaré algo tal vez polémico: terciar en un debate sobre qué tipo de jornada es más adecuada para un determinado contexto supone poner sobre el tapete un solo elemento del debate, sobre todo si se parte de una concepción meramente cuantitativista del tiempo escolar, como pone de manifiesto la discusión más propia de patio de vecindad sobre semana blanca sí/no, diez días más por allí, ocho más por allá... Lo relevante, creo, sería atrevernos a revisar y replantear ­ permanentemente añadiría porque así lo demandan unos contextos tan complejos como los que vivimos ­  qué es lo que queremos hacer en el siglo XXI con la institución escolar pública. Parece de cajón, pues de tal replanteamiento se irían derivando numerosas cuestiones, entre ellas la jornada más pertinente.

En el colegio donde trabajo en régimen de jornada continua hay tres comisiones y participo en dos de ellas: una para evaluar el seguimiento del proyecto del centro para realizar la jornada continua, la comisión para elaborar el proyecto para el curso 2000-01 y una tercera recién creada en el seno del Consejo Escolar para el seguimiento y evaluación de las actividades extraescolares. El desbarajuste es notorio, según percibo la situación. Y, claro, las cuentas no cuadran. En ninguna de estas comisiones he conseguido clarificarme su lógica y sentido desde la cruda e impertinente realidad de los hechos. Es decir, si las comisiones se han creado para valorar la jornada continua a partir de la vida cotidiana del centro ­ no recurriendo a las simulaciones o eufemismos endémicos a que nos tiene acostumbrados la jerga pedagógica dominante que más que desvelar la realidad la difumina ­  o si las comisiones se han formado para ir dando salida a plazo fijo a cuestionarios, formularios o requerimientos de claro sabor burocrático solicitados por la Administración o los ayuntamientos. Según lo veo, se trata de un homenaje a la confusión, aunque tal vez venga a reflejar simplemente el estado actual de mi idiocia  particular. Posibilidad no descartable. El caso es que ni los propios comisionados conseguimos colocarnos con la suficiente serenidad y enfoque ante un asunto complicado. Y, por la información de que dispongo de otros centros, su situación parece similar. En consecuencia, el poso que lentamente va cuajando viene a ser, a la postre, algo tan de andar por casa, pedestre y ramplón como lo siguiente: el tipo de jornada que interesa será el que mejor se ajuste a cómo cada persona organiza su vida privada, habiendo desaparecido del horizonte como por ensalmo planteamientos de otro tipo.
¿Cómo ha podido llegarse a esta situación? Dejando de lado razones estructurales de fondo que sería largo analizar, indicaré tres aspectos que, en mi opinión, considero relevantes.

En primer lugar, porque en esta discusión se ha escamoteado algo decisivo: la incidencia de los tipos de jornada en los procesos psicoevolutivos de los niños actuales; digo de los niños actuales, no de los niños y niñas de los años 70 u 80 del siglo pasado; por ejemplo, de niños que largan con desparpajo eso de ahora vas y lo cascas o macho, estás podrío en sintonía con la última moda televisiva; de niños que desayunan, comen y cenan papilla audiovisual, obsesionándose hasta el límite con tazos o pokemones; de niños que efectúan un zapping emocional permanente con una versatilidad pasmosa; un alumnado que, como puso de relieve un reciente informe de la UE, cuenta con una generación de padres lights que han dimitido casi en bloque del proceso educativo; unos niños ­ la generación del clic ­ con un evidente predominio de una inteligencia simultánea sobre una inteligencia secuencial y ataviado con un uso no-proposicional del lenguaje, tal como plantea Raffaele Simone en su último y extraordinario libro (La tercera fase, Taurus, 2001); de un alumnado por demás que masca compulsivamente una y otra vez chicles con azúcar pese a las campañas de higiene bucal y que a cualquier adulto con sentido del ridículo le llevarían a plantearse si son ésas las dianas a las que hay que apuntar.
Cierto que la plasticidad de los niños es tal que acaban adaptándose a lo que les echen, pero sigue siendo cierto también que a partir de las 12.30 tras llevar tres horas en el cole y con sólo treinta minutos de recreo, estos niños actuales podrán hacer matemáticas, lengua o lo que toque, incluso en un clima de silencio sospechoso que cada vez hay que conseguir con más energía, aunque sólo sea para crear unas condiciones mínimas de comunicación aceptables con unos efectos globales en los aprendizajes a corto o medio plazo que están por ver.

En este debate, por otro lado, se ha enfatizado en exceso la idea de que el asunto de la jornada continua era una conquista histórica del profesorado, cuando, como ha sido subrayado inteligentemente por el Informe La hora de la escuela (transformado en libro desde mayo de 2001 con el título LA JORNADA ESCOLAR, Ariel Educación), la elección del tipo de jornada en el sector público habría de ser ante todo un derecho de los padres y de los alumnos y no algo a dirimir por los docentes. Remito a la lectura del informe para allí captar en su contexto el planteamiento general de la idea anterior, desde la que, en mi opinión, se abren ventanas que harían posibles otras alternativas como en el propio informe se hace y que desbloquearían el torpe corsé de la situación actual. Habrá que recordar de paso que fueron, sobre todo, factores socioeconómicos de diverso tipo imposibles de analizar en estas líneas los que inclinaron la balanza en los debates.

Llama la atención en tercer lugar el escaso relieve que se está dando a algunas cuestiones metodológicas y organizativas más allá de los manidos índices de fatiga o atención. No exagero si afirmo que el cambio de horario ha consistido en muchos centros en reajustar las horas de la otra jornada, forzando la maquinaria escolar hasta el punto de aparecer como eje central el cumplimiento meramente cuantitativo de los tiempos de los tutores, los especialistas, el equipo directivo, etc., interpretados además en clave leguleya y mecánica. ¿Se puede sostener que los alumnos del primer ciclo de Primaria, por ejemplo, aguantan bien en el aula desde las nueve hasta las doce, mientras discurren por ella los especialistas, las idas y venidas de los alumnos de logopedia, integración, compensatoria, con horarios tratados con calzador y sin una coordinación mínima o inexistente, sencillamente porque no hay tiempo para coordinarse? Sin trampas y eufemismos, ¿cuántos proyectos globalizados pueden ponerse sobre el tapete para su conocimiento y análisis? Al margen de la excelencia profesional de cada cual, ¿no funcionan también los especialistas y apoyos a su aire, pareciendo que la etapa de Primaria se departamentaliza cada vez más, aunque los especialistas en música, compensatoria, integración, Educación física, religión y la propia tutoría hagan lo que pueden? Es decir, idénticas lagunas organizativas y metodológicas que se perciben en la jornada partida, pero ahora con más marcha en el contexto de una marcada concentración horaria. El ritmo de la escuela-fábrica del que se habla con acierto en el informe. Una departamentalización, dicho sea de paso, acrecentada por el hecho de que el profesorado venga dos tardes al colegio, con lo que el claustro coincide ahora sólo un día a la semana.

Cuando en 1898 siendo ministro de Fomento Germán Gamazo se coloca en Cartagena la primera piedra que simbolizaba el nacimiento de la escuela graduada y cuyos herederos son los colegios actuales, un hombre tan poco sospechoso de veleidades como don Rufino Blanco, autor del primer reglamento de funcionamiento de dichas escuelas, opinaba que la escuela naciente venía a ser la plasmación de "la ley económica de la división homogénea del trabajo" (Escuelas Graduadas, Rufino Blanco, Madrid, 1911, Impr. revista de Archivos). Es decir, su esquema organizativo surgía por imperativos de la estructura económica. Meses antes de que se aprobara la reducción de la jornada de seis a cinco horas en el Estatuto del Magisterio de 1923 tuvo lugar una campaña a favor de la jornada continua entre maestros de todo el país que propició seguramente que se autorizara dicha jornada "por causas justificadas" en el decreto republicano de 17 de mayo de 1932. (Tiempos y espacios para la escuela, Agustín Escolano, Biblioteca Nueva, 2000). Un análisis comparativo entre lo que se discutía entonces y lo de ahora nos depararía la sorpresa de encontrarnos repitiendo los mismos argumentos en un contexto socioeconómico y cultural distinto.

Me pregunto ¿cuántas actividades de formación se van a organizar a través de las instituciones de formación permanente del profesorado en torno a cuestiones tan peliagudas como los modelos de organización escolar que será necesario prever inesquivablemente  para las sociedades complejas del siglo XXI en pleno avance de la globalización? ¿No es urgente incorporar a esos hipotéticos foros una nueva concepción de tiempo escolar que permitiera idear fórmulas organizativas flexibles acorde con el ritmo cuasi frenético de las sociedades actuales? ¿O se preferirá el anclaje en debates de corto alcance? ¿Acaso, por ejemplo, el sistema de videoconferencia o la instalación de redes no permitiría formas novedosas de organización espaciotemporal? ¿Se proseguirá hasta el aburrimiento con discusiones bizantinas sobre si unos días de un mes han de compensarse con los de otro mientras crecen en progresión geométrica alumnos que rellenan sus horas entre los abuelos, el kárate o el vecino que le atiende por horas porque a sus padres los ve diez minutos por la mañana y quince por la noche? ¿Alumnos a los que todo les suena pero no saben nada, mientras zampan subliminalmente su ración diaria de basura audiovisual atemperada casi a la fuerza con el tempo decimonónico lento que al día siguiente les ofrecerá su cole? ¿Llegaremos tarde una vez más para atajar estas disfunciones? Desde nuestros cerebros viejos, ¿se nos ocurre únicamente argumentar como en 1923 manteniendo inamovibles el resto de los elementos?

En mi opinión, jornada continua o partida no es ni puede ser la cuestión, como si no fueran posibles fórmulas que pudieran florecer al hilo de los apoyos que los avances tecnológicos propician; y no puede ser esa la cuestión sobre todo si se aborda el tiempo escolar con parámetros newtonianos rayando la pura obsolescencia.
El debate radicaría en saber si las instituciones escolares públicas serán capaces de responder a los retos que plantean las actuales formas de organización sociofamiliar y la nueva economía, azuzadas por el mestizaje y la interculturalidad que complejiza aún más la situación, cuando ya se pueden encontrar aulas en la Comunidad de Madrid en las que el porcentaje de inmigrantes ronda el cincuenta por ciento. Ciertamente, correoso y complicado.

Sostengo por esto que todo lo que sea potenciar la autonomía de los centros para que decidan el tipo de jornada y la organización escolar más pertinente para sus contextos particulares sería iniciar un camino razonable, como viene sugiriendo el Consejo Escolar del Estado. Y si para evitar el abuso de sectores acartonados fuera necesario arbitrar controles y garantías, arbítrense. Pero no en la dirección que se adivina en la revisión que se está llevando a cabo desde la Administración de los Reglamentos Orgánicos de los Centros. El nuevo tiempo escolar exige respuestas más creativas e imaginativas que las que se ofrecen.                                     

                                                                                  

 

William James, John Dewey y Antonio R.Damasio

La lectura apasionada del libro de Antonio R. Damasio La sensación de lo que ocurre me ha noqueado. 

Se escuchan voces cada vez más numerosas en contra de lo que supuso el pensamiento pedagógico de John  Dewey a quien presentan junto a otros como una momia del pasado, culpable en parte de los desaguisados metodológicos que pululan por las aulas. Dos ejemplos oportunos e inteligentes, por otro lado, de dichas voces pueden consultarse en este site

Antonio R. Damasio es un neurocientífico de relieve  internacional. Y no  oculta desde la discrepancia su proximidad con aquel gran psicólogo de la Universidad de Harvard que fue William James (1842-1910) quien con su obra Principios de Psicología, pero particularmente con la recopilación de su pensamiento en torno al pensamiento pragmático de Peirce en Ensayos sobre empirismo radical (1912) - "el conocimiento válido viene sólo de las consecuencias de la acción" - revolucionó las cuestiones clásicas que se planteaba la filosofía de finales del siglo XIX. El rechazo de William James de los dualismos tradicionales (no hay mente ni cuerpo, sujeto u objeto, etc) y su énfasis en la experiencia como referente del conocimiento supuso efectivamente un fuerte palo para la metafísica tradicional.

Sabido es que William James influyó de forma importante en el pensamiento de John Dewey hasta el punto de que buena parte de la obra de Dewey puede leerse como un desarrollo sistemático de las derivaciones del pragmatismo, reactualizado ahora a su manera por R. Rorty.

Pues bien - y lo diré sin rodeos ahora que en la enseñanza vuelve a florecer con aires de modernidad  un neoherbartismo a la defensiva - tengo la fundada sospecha de que las investigaciones neurólogicas y biológicas de Antonio R. Damasio suponen un espaldarazo científico - ahí queda eso -  a buena parte - no a toda, en efecto - de las propuestas deweyanas sobre educación. 

"Se acabó el cachondeito vacilón y espeso de tanto mequetrefe de la pedagogía, de la psicopedagogía o como quiera llamarse el invento que se columpia sin rubor en disquisiciones bizantinas de tres al cuarto", me digo envalentonado. Y escribo semejante boutade  precisamente un viernes por la tarde tras una semana agotadora trufada con un calor agobiante en la que he intentado perfilar una vez más el tipo de enseñanza que despliego ante muchachos y muchachas de 8/9 años.  Así las cosas, internauta desconocido, es posible que el habitual tono impertinente y estrafalario de este Diario digital me lleve hoy por los cerros de Úbeda. Sabrás disculpar mis desvaríos sinápticos.

De esta guisa, no he podido evitar el recuerdo del conjunto de conferencias que impartió William James en Cambridge y Massachusetts a finales del siglo XIX publicadas luego con el título de Charlas a los maestros. No hay ciencia de la educación per se, sostenía  sin rodeos William James: más bien,  "la psicología es una ciencia, enseñar es un arte  y las ciencias nunca generan artes directamente de ellas mismas (el subrayado es mío). Una mente creativa intermedia debe hacer la aplicación usando su originalidad".  Ahí queda eso.

Parafraseando con insolencia festiva a William James cabría afirmar hoy: "Basta de marear la perdiz. Punto final a tanto manoseo sobre lo imposible: no hay ciencias de la educación. Lo que hay es neurología, biología, genética, sociobiología, biodiversidad, bioquímica cerebral evolutiva, sincronización hemisférica, pensamiento complejo, etnografía, aproximaciones y sugerencias didácticas que no hay que confundir con la epistemología de cada parcela del saber, etc. Pero lo que convendría que existiera ya especialmente es una ciencia de y sobre la microfísica del poder entre los humanos de trazos foucaultianos que profundice y desvele la historia de la infancia y adolescencia tanto sincrónica como diacrónicamente, que clarifique las relaciones humanas en las organizaciones educativas en torno al saber,...". Buff.

A la postre, va a resultar que la clave del complejo trabajo de enseñar continuará siendo en el siglo XXI la creatividad perfilada ya desde una permanente reconstrucción social crítica del conocimiento. Lo temía. Pero demasiado duro también para los tiempos que corren. Porque qué cosa tan misteriosa será eso de la creatividad  que hasta los farraguas del pensamiento débil  la identifican con decir chistes graciosillos, con la capacidad de adornar con pegatinas, posters, afiches y pasquines horrorosos los pasillos de un cole, con largar memeces despendoladas a todas horas o con proyectos de innovación que lo que innovan en realidad es un flamante formato informático versión Flash 9.0 elaborado con la factoría Microsoft  o vaya usted a saber. En el colmo,  hasta especular con el dinero en bolsa se ha convertido en una cuestión de la imponderable creatividad.  Dicen y escriben eso. Qué pena.  

¿Y dónde están los expertos en educación que, ante un libro tan impresionante como el de Antonio R. Damasio,  extraigan las  aplicaciones pertinentes que arrojen algo de luz ante lo complicado que se está poniendo trabajar en un aula?.  

¿Es Antonio R. Damasio el William James del siglo XXI? pregunto entre optimista, ingenuo y desazonado. ¿Y dónde aterrizarán los pedagogos del futuro cuando casi todo lo que se sigue escribiendo y publicando sobre educación resulta mortalmente aburrido, repetitivo, flojísimo y torpón?.

Anímense, estimados expertos, a terciar en el debate que reabre La sensación de lo que ocurre aunque su autor no lo pretenda.  Porque lo que sugiere y descubre Antonio R. Damasio desde la neurología y la biología más reciente no es moco de pavo ni chorraditas de salón de un cantamañanas cualquiera.

                                                           

                                   

                                        TRES LIBROS SOBRE LOS MAESTROS

                                        - octubre de 2001

  1. Crónica negra del magisterio español, Fermín Ezpeleta Aguilar, Grupo Unisón Ediciones, 2001.
  2. El espacio del profesor, Alicia San José, Grupo Unisón Ediciones, 2001
  3. Cómo se forman los maestros. El conocimiento pedagógico en la formación del futuro docente, Juan Carlos González Faraco, Hergué Editorial, diciembre 2000.

1. Un libro liviano y casi intrascendente, pero divertido,  si no fuera por las tremendas tragedias que presenta sobre la historia negra del magisterio español en los primeros años de la Restauración  en España (1874-1931). Tragedias e historias fuertes que aún gravitan sobre el inconsciente colectivo de los que trabajamos en la enseñanza. 

Un libro para regalar a alguien el día de su jubilación o cuando consiguiera su plaza de propietario definitivo pues facilita el hallazgo de los antecedentes históricos del berenjenal que supone la inevitable profesión de maestro.

Alguna sugerencia, sin embargo.

El periodo de la Restauración  en España iría para algunos historiadores desde 1874 a 1902, otros prefieren alargarlo hasta 1923 y algunos lo prolongan hasta 1931. Todos los historiadores coinciden en señalar, no obstante,  que se trata de un periodo en el  que nuestras contradicciones históricas afloran desde la perspectiva de un Estado centralista liberal decimonónico configurado autoritariamente, en particular el atraso en  educación. Y uno de los principales problemas era sin duda determinar el pago  a los maestros de sus haberes  por parte del Estado. 

El autor sitúa el material que presenta entre 1870 y 1898 (pág. 17) basándose en un artículo de Azorín, pues es en este tramo en el que comienza a  florecer lo más granado de la generación literaria del 98 y en el que también  algunos maestros literatos comienzan a hacer públicas las penurias y carencias de su trabajo. (Continuará)

 

                                                                

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